Así se prepara para morir un chico de 20 años

por obradoiros

La historia de Gianluca, un joven italiano, contada por un sacerdote que le acompañó hasta el final

 A través de dos vocales, intentaré contar cómo la vida de Gianluca
(enfermo de osteosarcoma desde los 18 años) ha sido – y es ahora, más
que antes – un modo concreto para dar vida a un auténtico concierto y a
una armonía de pensamientos, gestos, oraciones, encuentros, ayuda a los
necesitados y amor intenso expresados al máximo nivel.

Empezaré por la “A” de acogida. Mi historia con Gian empezó así.
Preocupado por qué tenía que decirle, cómo presentarme a él cuando pidió
verme, cuánto tiempo quedarme en casa con él, salí lavado y purificado
por su presencia. En seguida esa tarde, con un trozo de pastel y té,
sobre todo con sus palabras y su mirada profunda, me sentí en seguida
“de casa”. Gian fue de una sencillez desarmante, como la del niño
evangélico, símbolo del Reino, que se muestra como es, sin pantallas ni
defensa.

Entregó, gradualmente, la llave de su corazón,
fiándose ciegamente de que, los que le querían, sabrían ayudarle, de
cualquier manera, no importa lo que le sucediera. Incluso lo peor. Puso
su vida en manos, corazones, presencias acogedoras. Sus padres y su
hermano sobre todo. Pero también amigos, sacerdotes, voluntarios,
médicos y enfermeros.

Contagió a todos con su enfermedad más
grave: el amor. Su acogida parecía predicar una confianza de la vida –
la suya – que, ya tan frágil, se dirigía – y el lo sabía bien – hacia un
fin inexorable. Pero era como si el ocaso tuviera que transformarse en
un nuevo amanecer.

Por esto no perdía el tiempo, no vacilaba,
no se aburría, sino que lo vivía todo, desde la misa en casa a ver una
película, del intercambio de impresiones con amigos a una merienda, a
una cena con pollo y patatas, con gran intensidad. Al acoger a Dios, las
personas, la vida, la misma enfermedad, Gian “robaba” a sus amigos sus
ganas de vivir, se alimentaba de mi poca fe, la pedía, deseando estar en
el corazón y en las oraciones de muchos.

No en seguida y no
en un momento. Pero, encuentro tras encuentro, crecía su deseo de vivir
y, paradójicamente, aumentaba su conciencia de que iba a morir. “Padre,
estoy muriendo. ¿Qué me espera? ¿Cuál será mi recompensa? ¿Jesús me está
esperando?”. Tuve la sensación de que la muerte no le tomó por
sorpresa. Al revés.

El milagro de los últimos meses de su
enfermedad no fue el de la curación. Quizás esto habría sido más
espectacular. Su caso nos muestra a un Gian que sabe afrontar la vida
antes de la muerte y sabe leer, con los ojos de la fe, una enfermedad y
un dolor de los que se hace no amigo, sino señor.

Gian no
murió desesperado, sino confiado. No se fue dando un portazo, sino
caminando. No cerró la existencia maldiciendo una oscuridad que no se
merecía, sino deseando un encuentro con la Luz del mundo, apenas
contemplada en la alegría de la Navidad. El milagro verdadero ha sido,
para Gian, comprender el “por qué” de esa condición tan humanamente
desfavorable para él y para su familia y leerla con los ojos de la fe.

Cuando a finales del 2012 el hospital le comunicó la sentencia de su
tumor, él tuvo que decidir convertirse en hombre. No de golpe sino día a
día. Pero sin volver atrás. Precisamente al crecer como hombre, la fe
encontró un terreno fecundo en el que germinar.

Gian creció e
hizo crecer. Tenía fe y la hizo volver en los demás. Era hombre de
comunión y deseaba que se amase. Y lo decía, lo escribía en WhatsApp, lo
manifestaba. La de Gian, humanamente, es una historia de dolor.
Evangélicamente, una historia de gracia y de belleza. Con sólo veinte
años, ha demostrado que se puede estar habitado por Dios y por los
hombres.

Tomado y adaptado del prólogo al libro
Spaccato in due. L’alfabeto di Gainluca (Partido en dos. El alfabeto de
Gianluca), publicado por San Paolo y escrito por Gianluca y por el
sacerdote Marco D’Agostino, autor de este artículo.

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