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La prueba del espejo
Cuando ves y escuchas al prójimo con los ojos y oídos del corazón, puedes verte a ti mismo a través de ellos y es entonces cuando llegas a entender hasta el punto al que llega tu fe.
Esta fue mi tercera Una Luz en la Noche y la segunda vez que salia a la calle y, no me preguntéis por qué, pero de alguna manera yo ya intuía una semana antes que me tocaría salir. No me apetecía realmente ese ministerio; aun así, estaba completamente dispuesta a cumplir la misión que Él me encomendase y supongo que esa actitud fue la que me ayudó en mi cometido.
Fue asombroso. De repente las palabras venían a mis labios a una gran velocidad y con cada persona o pareja con la que hablaba, sentía que aprendía un poco más (no solo sobre cómo cumplir mi misión o de la gente sino de mí misma).
Solo conté una vez mi testimonio, pero por primara vez tenía un sentido para mí más real que una historia personal: eran palabras que, aunque de alguna manera estaban en mi corazón, yo más que nadie necesitaba oír, acoger y asimilar. Supongo que porque nunca me había parado realmente a pensarlas (¿por prisa?, ¿por vergüenza?, ¿por miedo? Sinceramente, por todo ello).El hecho es que mi compañera y yo encontramos personas muy interesantes que a mí personalmente me hicieron plantearme muchas cosas y aprender mucho, aunque sé que aún me queda mucho más por aprender.
Empecé la tarde diciendo que, tras un “ataque al corazón” y un compañero raro, algo tenía que haber en Una Luz en la Noche para que volviera… Ahora lo entiendo: cada Una Luz en la Noche aprendo algo más de mí misma, entiendo que Jesús siempre está conmigo y me acepta sin importar si estoy -o no- rota y eso hace que cada vez pueda aceptarme yo misma un poco más y servirle a Él como lo que realmente soy y no como lo que llevaba demasiado tiempo pensando que era. Por primera vez en años, creo que por fin puedo llegar a apreciar lo que veo en el espejo (y no solo en el espejo físico, sino también en el de mi corazón).
Lucía Vega