testimonio JMJ: Dios estaba.

por obradoiros
Es la primera vez que voy a una JMJ pero la experiencia en otras cosas me ha enseñado que es mejor no esperar nada, estar abierto a todo y dar gracias a Dios por cualquier cosa que te ocurra, sea buena o mala. 
Supongo que aun me queda hacer balance de muchísimas cosas que me guardaré para mí, pero he vivido tanto estos días que no sé si una vida será suficiente para agradecerlo. No puedo quejarme de nada, he visto a Dios por todas partes, en tantas personas, en tantas situaciones… 
En primer lugar quiero dar las gracias a las tres familias que me acogieron. No me conocíais, no sabíais nada de mí… y me lo disteis todo. Lo pienso fríamente y no estoy segura de si yo abriría las puertas de mi casa a un desconocido. 
Esa sensación de llegar a un hogar y que te hagan parte de él nada más entrar por la puerta, que te den la libertad de hacer lo que quieras porque “estás en tu casa”, de que te den total confianza sin pedir nada a cambio. Sólo fueron unos días con cada una de las familias, pero se han ganado un hueco enorme en mi corazón. Es cierto que a veces el idioma podía parecer un impedimento, que éramos distintos en cuanto a algunas costumbres… pero había algo mucho más grande que nos unía, Dios estaba entre nosotros. Estaba allí cuando nos preparaban la cena y el desayuno, estaba allí cuando venían a recogernos al “meeting point” aunque fuera demasiado tarde para ellos y ya debieran estar durmiendo, estaba allí cuando no sabían cómo decir algo pero me sonreían con ternura, como si fuera una hija más… simplemente, Dios estaba. No pude tener más suerte con todos vosotros y Le doy gracias constantemente por ello. 
Otra cosa por la que quiero dar gracias es por poder bailar delante de 2 millones de personas poco antes de la llegada del Papa… se dice pronto, pero fue una odisea. A veces parece que la vida no te agradece lo que haces, que haces cosas que no tienen ningún sentido. Llevo bailando desde los 12 años pero tuve que dejarlo para centrarme de verdad en la carrera y lo cierto es que no fue fácil. Siempre he pensado que bailar es una forma de expresar cómo te sientes, lo que llevas dentro y más para mí, que siempre me dio vergüenza lo de hablar en público. El baile había sido siempre una vía de escape… pero parecía que para mí se había acabado, me había hecho mayor. Quién me iba a decir que cuando me pidieron aprender el flashmob para enseñárselo a los gallegos, la recompensa sería tan grande. 
No sé cómo, pero alguien se fijó en mí y me ofrecieron bailar sin estar apuntada en ninguna lista de esas que existían desde hacía meses por motivos de seguridad. Debió ser un milagro (y no lo digo por decir, creo realmente que fue Dios quien movió hilos por ahí) porque pasé todos los controles, todos los cacheos y todo lo necesario y nadie me dijo “tú no estabas apuntada oficialmente, fuera”. No era una coreografía complicada, era un baile pensado para que cualquiera pudiera aprenderlo… pero me siento afortunada de haber sido elegida para subirme a ese escenario delante de millones de personas y de haber bailado para Dios. 
Aunque todo lo que he contado del baile fue una experiencia maravillosa, el día en sí fue muy complicado… Los bailarines estuvimos todo el día al sol, sin comer, esperando horas y horas por un error humano y aunque todo salió bien y no hubo problemas, llegamos al escenario solo una hora antes de la actuación y yo además no conocía absolutamente a nadie, con lo cual no tenía ni conversación para distraerme. Creo que nunca he tenido tanta paciencia en mi vida como ese día. Supongo que Dios estaba a mi lado porque, dentro de mí, tenía la certeza de que todo saldría bien… y eso que aun me quedaba la parte más complicada. 
Lo último que me ocurrió ese día y por lo que más gracias doy es algo que pasó después de bajar de ese escenario. El Papa llegó, la seguridad se tensó, cerraron miles de caminos… pero yo tenía que salir de allí e ir a mi sector, que por suerte era uno de los que estaban a pie de escenario. La angustia que sentí fue infinita. Me vi sola, rodeada de militares y policías preguntando uno a uno la salida. Conseguí llegar muy lejos pero en el último momento, me dijeron que era imposible llegar a mi sector por seguridad. De todos los sectores que había en el Campus Misericordia, el mío era el único que se había quedado inaccesible. La impotencia fue enorme, me había quedado sola en tierra de nadie en la parte más importante de toda la JMJ. Había soñado tanto tiempo con esa vigilia, con estar con mi novio en la “zona cero” y además en mi primera JMJ y quien sabe si la última… y de repente todo parecía imposible. Me senté en una esquina y tiré todo, la angustia no podía conmigo. Dentro de mí tenía la sensación de que de alguna forma lo conseguiría, que alguien se apiadaría de mí y me dejarían pasar, pero todo parecía tan difícil que lloré y mucho…. 
Estaba rodeada de monjas, de curas, de todo… y nadie se acercó a ayudarme, me miraban y me ignoraban. Me he preguntado muchas veces qué pensaría el Papa si viera esa estampa, qué pensaría Jesús. Solo 6 chicos polacos a los que estaré eternamente agradecida vinieron corriendo y se sentaron a mi alrededor. Para mí fue un milagro. Me dieron comida y agua en cuanto les dije que no tenía nada de comer para esos dos días y no sé cómo lo hicieron y ojalá supiera polaco para saber qué dijeron, pero convencieron a los militares para que me dejaran pasar. Pero lo que me parece más impresionante de todo es que aunque ellos también tendrían que haber pasado a ese mismo sector, lucharon para que yo lo consiguiera sin importarles que ellos tuvieran que quedarse donde estaban
Sé que todo ese sector estaba lleno de personas que, en teoría, han entregado su vida generosamente a Dios, pero puedo decir que donde yo vi a Jesús fue en esos seis chicos. Fue la parábola del buen samaritano en versión actual y doy gracias por haber sido el hombre tirado, despojado de todo, al que auxilió el samaritano. 

Gracias Dios por todo lo vivido, gracias porque yo no me creo nadie para que me demuestres tanto amor pero me haces ver que para ti lo soy todo.

Macarena Palacios Fragoso

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