Testimonio JMJ: DESCUBRIENDO EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA.

por obradoiros



Celebrar la JMJ durante el Año Jubilar de la Misericordia en la ciudad a la que estuvieron ligados los dos máximos impulsores y apóstoles de la devoción a la misericordia de Dios, Santa Faustina Kowalska y San Juan Pablo II, bajo el lema <<Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia>> tenía que ser algo muy especial.

No es una casualidad. El magisterio del Papa Francisco ha venido recordando y poniendo de nuevo ante nuestros ojos esta característica del ser y del obrar del Padre. Su trabajo ha ido calando en la sensibilidad de todos gracias a frases como: <<Dios no se cansa de perdonarnos; somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón>>. En efecto, <<la misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. >> (cf. Misericordiae Vultus, 3).

Pero nosotros teníamos por delante varios días para aprender qué significa la misericordia en gestos concretos y así prepararnos a participar en el gran encuentro con el Papa, con jóvenes de otros países y con otras realidades y vivencias del ser parte de una Iglesia llamada a ser <<testigo veraz de la misericordia>> (Ibíd. 25).

En nuestro recorrido pasamos por Berlín, que en el signo del muro nos recuerda que sólo el amor y el perdón constituyen el camino para la reconciliación; Praga, cuya venerada imagen del Niño Jesús nos señala que, con su Encarnación, Dios ha querido entrar en la finitud del hombre… Consideraciones que nos ayudaban a ponernos a tono para participar plenamente de la Jornada.

Con el objetivo de tomar contacto con otras realidades eclesiales y pastorales a través de la experiencia de los días en las diócesis, hicimos nuestra entrada en este país. Los tres días que pasamos en Krzeminiewo fueron inolvidables y recibimos muchísimo cariño por parte de las familias.

Peregrinando hacia la “escuela de la misericordia” de la mano de dos de sus grandes maestros, las familias que nos acogieron tanto en Krzeminiewo como en Poznan y Bochnia nos enseñaron mucho sobre ésta.  

Ellos realizaron una gran obra de misericordia dando posada a los peregrinos, dando de comer y de beber a los hambrientos y a los sedientos,… pero también enseñándonos aspectos de su cultura y de sus tradiciones y asegurándonos su oración. Se entregaron del todo, sin reservas, para que realmente nos sintiéramos como en casa. Nos demostraron cómo, a pesar de pertenecer a países y culturas diferentes y no hablar la misma lengua, el lenguaje del amor y de la fraternidad cristiana es universal.

Ocurrió como en Pentecostés: todos oímos hablar de las grandezas de Dios sin que la lengua ni el origen supusieran algún inconveniente.

<< La misericordia no sólo afecta al obrar del Padre, sino que se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos>> (MV 9), es <<la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. >> (Ibíd. 2).

Las celebraciones en Poznan, con carácter bautismal y a las que se sumaron varios vecinos, nos recordaron que el Bautismo es justamente el sacramento mediante el cual Dios hace de todos los pueblos uno solo.

Parada obligatoria, como enclave de espiritualidad mariana, era el santuario de Jasna Góra, en Czestochowa. Ante el icono de la Virgen Negra del “Claro Monte”, tan querido por San Juan Pablo II, nos acogimos a la protección de María, Madre de Misericordia, y la invocamos, diciendo: <<Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos>>.

Pusimos rumbo a Cracovia. Allí nos esperaban los actos centrales de la JMJ, varios festivales, ferias vocacionales, rutas de espiritualidad…

Pero antes de eso, nos tocaba adentrarnos en un momento duro de nuestra historia, visitando Auschwitz y Birkenau. En estos lugares sobrecogedores perdieron la vida a causa de la persecución nazi miles y miles de personas, entre ellos San Maximiliano Kolbe y Santa Teresa Benedicta de la Cruz.

Contemplando la miseria del hombre nos hicimos conscientes de que, cuando nuestro corazón está obstruido por el pecado, podemos llegar a cometer los peores crímenes en contra de la humanidad; sólo el encuentro con la misericordia puede hacer que caiga el odio que petrifica y paraliza nuestro corazón para que así crezca en nosotros un corazón nuevo, un corazón de carne.

<<Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley que juzga […] Jesús se inclina por mostrar el gran don de la misericordia […] (que) no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirese y creer>> (MV 20). Uno de los responsables del Holocausto, condenado a muerte por la justicia del mundo, se encontró con la misericordia de Dios a través del sacramento de la Confesión y pudo morir sintiéndose reconciliado y perdonado.

Desde entonces comenzamos a empaparnos de la experiencia de la misericordia, que <<cae como agua fina sobre la tierra>>.

Aunque no pudimos participar en ella, la Misa de Apertura dio comienzo solemne a la JMJ 2016. Durante su homilía, don Estanislao invitó a los presentes a vivir esta <<increíble oportunidad de compartir nuestra fe, nuestra experiencia y nuestra esperanza>>, sintiéndonos portadores de la chispa de la misericordia <<para encender otras llamas de modo que los corazones de los hombres latan al ritmo del Corazón de Jesús>>.

Un aspecto también destacable lo constituyeron las catequesis con los obispos, ocasiones privilegiadas para compartir y reflexionar. Por una parte, el cardenal Blázquez nos invitaba a curar las heridas de los hombres con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza para ser <<reflejo de la misericordia de Dios>>. Por otra, Mons. Elizondo Cárdenas nos exhortó a dejarnos tocar y transformar a través del sacramento de la Penitencia, donde Dios anuncia su perdón mediante un gesto sensible para que nos creamos que de veras Él nos perdona. 

A partir de la ceremonia de acogida del Santo Padre, fueron sus palabras las que tomaron protagonismo para hacernos llegar a los jóvenes mensajes muy concretos: <<En estos días de la Jornada, Jesús quiere entrar en nuestra casa>> e invitarnos a fijar una vez más nuestra mirada en María, <<lanzada con su sí a la aventura de la misericordia, y que será llamada feliz por todas las generaciones>>.

Algunos quisimos encontrarnos con este Jesús misericordioso en su casa, realizando la ‘Peregrinación de la Misericordia’, desde el santuario de San Juan Pablo II hasta el de la Divina Misericordia. En la iglesia del convento contemplamos el icono, verdadero <<rostro de la misericordia del Padre>>.

También el Vía Crucis, a través de las catorce estaciones vinculadas a las obras de misericordia, nos ayudó a sentir el deseo de acompañar a Jesús, de <<servir a Jesús crucificado en toda persona marginada, a tocar su carne bendita en quien está excluido, tiene hambre o sed, está desnudo, preso, enfermo, desempleado, perseguido, refugiado, emigrante. Allí encontramos a nuestro Dios, allí tocamos al Señor. >>

La Vigilia de los Jóvenes y la Santa Misa de Clausura con el Santo Padre en el Campus Misericordiae constituyeron el punto culminante de la JMJ. Fueron momentos intensos de oración, reflexión y alabanza. Además, en las circunstancias singulares de este Año Jubilar, todos estos actos finales estuvieron impregnados de un sentido especial.

En la Vigilia, protagonizada por sor Faustina y Juan Pablo II, pero, sobre todo, por Jesús, el Papa nos estimulaba a no conformarnos con cualquier cosa, a no ser jóvenes pegados al sofá y enganchados a la vida virtual que nos ofrecen las pantallas de los televisores, ordenadores y móviles, y nos recomendó tener siempre las “zapatillas puestas” para salir a dar testimonio de nuestra fe cristiana. Aquella noche, Jesús-Eucaristía fue expuesto para encontrarse cara a cara con nosotros para que pudiéramos hallar en Él paz, descanso y sosiego.

Habíamos ido allí para encontrarnos con Él, igual que Zaqueo, que, a pesar de su <<baja estatura>>, su <<vergüenza paralizante>> y el <<desprecio>> de la gente no dudó en salirle al encuentro y tuvo el gozo de recibirlo en su casa. También nosotros experimentamos la presencia del Señor en cada familia de acogida, en cada comunidad cristiana que visitábamos, en cada compañero que nos tendía la mano, en el sacerdote que nos animaba a continuar. Pudimos escucharle pronunciar nuestro nombre y decirnos: <<Date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa>> (Lc 19, 5). << Ábreme la puerta de tu corazón>>.

<<La Jornada Mundial de la Juventud, podríamos decir, comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora.>> De este modo, el sucesor de Pedro nos envió a ser testigos de la misericordia de Dios en medio del mundo.

Todavía queda mucho tiempo para que la JMJ continúe produciendo sus frutos y lo que allí hemos vivido seguirá siendo tema para la oración y la reflexión. Siempre podremos revivir estos momentos releyendo los mensajes del Papa Francisco, mientras esperamos llegar a participar, si Dios nos lo permite, en la próxima.

Una de las cosas más impactantes es ver cómo Dios toca el corazón de tantos jóvenes que, habiendo perdido el sentido a sus vidas, lo han redescubierto en el rostro amable de Cristo y se han convertido en miembros activos de su Iglesia. Así nos lo testimoniaban algunos compañeros en la catequesis de Viena.

Creo que esta JMJ nos hizo tomar mayor conciencia de que cualquiera de nosotros podemos convertirnos en instrumentos de la misericordia del Padre con nuestra escucha atenta de los problemas del prójimo, con nuestra ayuda eficaz a través de acciones concretas y con la práctica de las obras de misericordia realizadas, no como quien da de lo que le sobra, sino implicándose y comprometiéndose de verdad, abrazando la miseria del otro –que es también la nuestra- y ayudarlo a levantarse.

La misericordia, que no debe ser confundida con la simple indulgencia o compasión, es la medicina más potente contra todas las pestes sociales. Ella, que brota de un amor auténtico y de un compromiso con el evangelio, nos lleva a salir de nosotros mismos hacia las periferias existenciales donde el Señor nos llama a consolarlo en todo aquel que sufre.

Por último, a nuestras familias de acogida las más sinceras gracias una vez más por toda la confianza que han depositado en nosotros al abrirnos de par en par las puertas de sus hogares y, también, de su corazón. Esperamos que el Señor se acuerde de ellos y los bendiga, teniendo en cuenta lo que Él mismo dijo junto al Mar de Galilea y que tanto hemos repetido estos días: <<Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia>> (cf. Mt 5, 7).

Ojalá nosotros, algún día, podamos escuchar estas palabras del Señor: <<Venid vosotros, benditos de mi Padre… Lo que hicisteis con cada uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis>> (cf. Mt 31-46).

<<Que el Espíritu Santo, que conduce los pasos de los creyentes para que cooperen en la obra de salvación realizada por Cristo, sea guía y apoyo del Pueblo de Dios para ayudarle a contemplar el rostro de la misericordia>> (MV 14).

Ernesto Gómez Juanatey.



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