Hace casi una semana que volvimos de Fátima, pero la vida va tan deprisa que parece que nunca hay tiempo suficiente como para reposar todo lo vivido. Esta ha sido mi cuarta peregrinación y, pese a que podría parecer que lo tengo todo visto y que ya debería estar acostumbrada, lo cierto es que cada vez que voy me cuesta más volver a la “normalidad”.
Cada viaje a Fátima ha sido especial, diferente… e incluso me atrevo a decir que ha ido mejorando cada año. He escuchado gente que ha decidido no volver porque pensaban que ya no había nada nuevo para ellos allí… Yo, sin embargo, soy de las que piensan que hay que dejarse sorprender por Dios y que para ello, primero hay que darle la oportunidad. Ir a Fátima es abrir una puerta en nuestro corazón para que Él pueda obrar en nosotros, en este caso, por medio de María.
Mi primer Fátima no fue para nada impresionante, fue normalito, pero sí que me sorprendió la gente y el ambiente… y de alguna manera, la Virgen se las ingenió para dejar algo en mí que me hizo volver al año siguiente. En el segundo año decidí consagrarme a Ella, decidí poner mi vida en sus manos para que me cuidara. Claro que Ella me había estado cuidando hasta aquel momento, pero no es lo mismo que que tú voluntaria y conscientemente decidas pedírselo.
El tercer año estuvo muy bien… de hecho, este año fui con miedo porque creí que ya nada podría superarlo. Por suerte, me equivocaba. Este año ha sido absolutamente espectacular, con todas las letras. Parece mentira pero cuanto menos esperas, más regalos te hace Dios, y todo sin merecerlo.
El día de la caminata siempre me arrepiento de haber ido y pienso en lo genial que estaría durmiendo en mi cama hasta las tantas… Sobretodo en ese momento infernal en que empieza a llover tanto que no sabes si te ahogarás si no empiezas a nadar. Y de repente, sin darte cuenta, ese día ha terminado y estás en el hotel dando gracias por poder ponerte el pijama… Bueno, dando gracias por cualquier “tontería” que no apreciarías si no hubiera sido por esa lluvia tan “agradable”.
A partir de ese primer día (que casi siempre es el más complicado), vinieron los regalos más grandes para mí.
El primero fue ser capaz de dar testimonio delante de todos vosotros. Es cierto que dije mucho menos de lo que quería, que cuando coges el micrófono se te olvida hasta tu nombre… pero para mí el “Milagro de Fátima” fue el simple hecho de ser capaz de hacerlo. Odio hablar en público, nunca me había atrevido… así que, verdaderamente, la Virgen me estuvo acompañando todo el tiempo. Sé que Ella me estuvo sosteniendo desde antes de subir al escenario y que una vez arriba, no me soltó.
Al día siguiente llegó el segundo gran regalo, mucho más importante que el anterior: mi novio y yo consagramos nuestro noviazgo a la Virgen. Muchos os habéis consagrado de forma individual, al igual que yo, y sabéis lo que se siente y lo que supone… pero sinceramente, no tengo palabras para describir cómo fue consagrar el noviazgo. Fue realmente impresionante verme allí de rodillas, de la mano de mi novio y leyendo aquella oración. Estábamos dando nuestro pequeño “sí” en conjunto a la Virgen, pidiéndole que no nos dejara nunca. Creo que es de las cosas que más me han emocionado en la vida y que todo agradecimiento por ello se me queda corto.
Además de todo esto, he de decir que el esfuerzo que se ha puesto para que el 25 aniversario de la peregrinación fuera especial se ha notado con creces. Sin ninguna duda, otro detalle que me marcó y seguramente también a otros muchos, fue aquella visita tan especial del Señor durante el concierto… Es alucinante que podamos estar dando saltos y cantando como locos y que en cuanto Él entra, se haga el silencio más absoluto.
Todo esto son solo unos ejemplos. Seguro que si siguiera pensando, seguirían viniendo a mi memoria muchos más regalos, así que solo me queda dar infinitas gracias por lo vivido.
Para terminar, solo quiero deciros que nunca os dé miedo o pereza abrir vuestro corazón a Dios, siempre recibiréis más de lo que imaginabais.