Testimonio Ejercicios Espirituales IV

por obradoiros

Soy una persona creyente desde ya hace unos años, pero en estos últimos meses me había alejado de Dios, había abandonado casi por completo la oración y el diálogo con Él. Seguía creyendo, pero había puesto a Dios en el “armario”. Ya no era un amigo, un padre que uno siente como parte de sí; si no un conocido, al cual saludas por educación pero no te paras a hablar con él. 

Este alejarme de Dios y la vuelta a la rutina tras el verano me creó una especie de vacío que cada día se hacía mayor. Necesitaba desconectar, tomarme un respiro, apartarme por unos días del mundo. 

Me plantearon entonces, dos días antes, la posibilidad de acudir a los ejercicios. ¿Poder descansar tres días, alejarme de la monotonía, tener tiempo para pensar, y aún por encima tener la oportunidad de retomar la oración? De primeras no me apeteció mucho, ¿pero por qué no? No eran mis primeros ejercicios, sabía cuál era su esquema. Podría descansar, retomar el contacto con Dios… Tres días sin móvil, sin ordenador, en silencio, en oración… 

Con cierta dificultad para entrar en la temática de los ejercicios pero ya con cierta sensación de paz transcurrió la tarde-noche del jueves. 

Todos los días, el sacerdote que llevaba los ejercicios daba algunos puntos sobre como debíamos hacer los ejercicios, unas ciertas pautas, algunos consejos y unas citas bíblicas para poder contemplar mejor el misterio de Jesús. 

Una de las que más me llamo la atención fue: “Mendigar la misericordia de Dios. Levantar la mano, y esperar a que Dios nos dé.” ¿Mendigaba yo la misericordia de Dios, o se la exigía? ¿Esperaba a que Dios me diera o quería respuestas rápidas e inmediatas? Exigía su misericordia y quería respuestas rápidas. ¡Y tanto tiempo sin darme cuenta! Me di cuenta entonces de mi falta de humildad, y de cuanto necesitaba ponerme en manos de Dios. Ese vacío era causa de la falta de percepción de amor de Dios que yo mismo había causado. Sentía esa necesidad de Dios, esa búsqueda de amor. Había localizado la causa del vacío, y ya solo por eso, el venir a los ejercicios había valido la pena. 

Necesitaba reconciliarme con el Señor. Sentía que tenía que poner mi vida “a ojos de Dios para que Él la trabaje y la ilumine”. Dios tenía que ser el centro de la vida al salir de la casa de ejercicios. Pero antes de eso, me quedaban un día y varias horas para contemplar mi vida “desde los ojos de Jesús”.

El perdón de Dios mediante la confesión, y esa contemplación desde el amor y desde los ojos de Jesús me hicieron darme cuenta de muchos aspectos de mi vida que eran deficitarios, y lograron reavivar en mí el ansía de reencontrarme con el Señor y poner otra vez la mirada en Cristo. 

Pero todo esto no sería posible si Dios no me hubiera puesto los ejercicios delante, si no hubiera puesto a esa persona que me animó a hacer los ejercicios, sin ese amor incondicional del Padre por sus hijos, aunque le den la espalda. 

Queda un largo camino. Soy consciente del largo camino que me espera. Del largo camino que nos espera a todos. Día a día. Pero sé que con Dios de nuestro lado, poco a poco, desde la mirada del amor, con la mirada puesta en Él, el camino será menos polvoriento. Y que si todo lo hacemos con amor y la mirada puesta en Él, el mundo será más humano y estaremos llenos de su Gracia. 

Alberto, estudiante de Teología.

Fotografía: Miguel Castaño

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