Este año me tocó ser responsable de un grupo, me tocó prestar un servicio, me tocó estar pendiente de los demás y no de mí, de mis apetencias o de mis comodidades. Me tocó intentar que los demás tuviesen una bonita experiencia, que se encontraran con la Virgen. Me tocó aprender de la Virgen y cuidarlos. Me tocó tener muuuchas reuniones de responsables y ¡perderme las veladas! ¡¡Los juegos!! ¡¡¡Los bailes!!! (¡Con lo que me gusta bailar!). ¡Doy gracias a Dios por todo esto! ¡Por darme la oportunidad de negarme a mí misma y darme a los demás!
Además, en esta peregrinación recordé el valor y el sentido del sacrificio. Cuando nos contaron que María les preguntó a los pastorcitos “¿queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?”, ¡sentí que también me lo preguntaba a mí! Sentí unas ganas tremendas de sufrir para consolar a mi Dios, ¡tan despreciado por los hombres! De aceptar todo lo que Él me quiera enviar. ¡Sí! ¡Acepto, Madre!
Por último, también quiero dar gracias a Dios por poder renovar mi consagración a la Virgen. Fue muy importante para mí el poder decirle que la quiero con toda mi alma y que quiero seguir queriéndola, que la promesa que hice un día sigue en pie. Antes de la consagración le escribí una carta, contándole mis grandes deseos de ser santa, de estar con ella en el cielo, y le di las gracias porque sé que lo cumplirá algún día. Se la leo todos los días para que ni ella ni yo nos olvidemos de todo lo que le dije ese día en Fátima: “Mamá, María, quiero que mi vida sea un consuelo para Dios. ¡Ayúdame a ser santa!”
Laura Ruiz