En el marco del Año Santo de la Misericordia se celebró el mes pasado la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia. Nosotros pudimos participar en el grupo de españoles que organizaba la Conferencia Episcopal Española, en total unos 30.000 jóvenes españoles y numerosos obispos de nuestras diócesis acudieron a Polonia. El grupo de España fue el más grande que peregrinó hasta Cracovia.
Pero antes de empezar a relatar cómo fueron esos días en el país polaco, quisiera comentaros una pequeña anécdota que me ocurrió antes de empezar este viaje: como es lógico, para viajar al extranjero es necesario adquirir varios documentos entre los que se encuentra la cartilla sanitaria europea. Y cuando la estaba solicitando, el funcionario me preguntó cuál era el motivo de mi viaje fuera de España. Yo le respondí claramente: “voy a una peregrinación”. Pero él repuso inmediatamente: “eso e ir de vacaciones es lo mismo”. Ahora, después de hacer este viaje me reafirmo en la idea de que los días vividos por el centro de Europa fueron una peregrinación y no unas vacaciones: dormíamos poco y de hecho varias noches las pasamos en ruta en autobús, comíamos quizá lo que no nos gustaba y no eran precisamente manjares suculentos, nos duchábamos no cuando quisiéramos y andábamos varios quilómetros al día con un sol abrasador por la mañana y lluvia por la tarde, y lo más importante es que el protagonista de estos 18 días de ruta era Dios.
Entonces cabe preguntarse: ¿valió la pena participar en la JMJ de Cracovia? Pues claro que sí. Sí, porque el tiempo dedicado a Dios ya de por sí es fructífero, el tiempo dedicado a Él es tiempo gastado pero nunca mal-gastado. Sí, porque aunque terminemos estos días muy cansados físicamente, terminamos interiormente reconfortados, y eso es lo que cuenta. Sí, porque el mensaje del Santo Padre nos marcó a todos.
A lo largo de estos días pudimos visitar muchos lugares y también sus puntos de interés, pero enfocábamos cada una de esas localidades con un mensaje de fondo: primero visitamos la capital de Alemania, y el tema era la reconciliación debido a la caída del muro de Berlín; también visitamos la capital de la República Checa, y nos centramos en la Encarnación pues es famosa la imagen del Niño Jesús de Praga; además estuvimos en Viena donde tuvimos una catequesis sobre la belleza, pues seguir a Cristo no sólo es algo verdadero y justo sino también bello, capaz de colmar nuestra vida. Asimismo visitamos el campo de concentración de Auschwitz y entre todos reflexionamos hasta dónde puede llegar la locura y la maldad humana si nos separamos de Dios. Y nos acercamos también al santuario mariano más famoso de Polonia, en Chtezstochowa, presidido por la imagen negra de la Virgen María.
Todo esto fue espectacular, es cierto, pero mejor aún fue el acogimiento. En Ritzina, Poznan y Boschnia estuvimos acogidos en familias. Familias normales que nos daban todo lo que tenían, ¡incluso nos llegaron a dar las llaves de sus casas!: un lugar donde vivir, dormir, comer y también un lugar donde compartir nuestra Fe (me acuerdo de un día que bendecimos la mesa en español y la acción de gracias fue en polaco).
Debo confesar que al principio estos días en las familias me asustaba un poco, pero ahora puedo decir que fue una experiencia extraordinaria: me demostró que la Iglesia es universal (católica) y también que las parroquias siguen siendo centros de referencia. Pero lo que me quedó claro fue que lo que nos unía (la Fe, el Bautismo) era y es mucho más fuerte de lo que nos separaba (el idioma, las costumbres, los horarios, el tipo de comida) y precisamente por eso nosotros no les éramos extraños. Y hay más pruebas de la buena acogida del pueblo polaco: el día de la Vigilia con el Papa Francisco en Campus Misericordiae tuvimos que andar más de cuatro horas bajo el sol para poder llegar a este lugar, y durante el camino, los vecinos en la entrada de sus casas nos ofrecían agua y comida. Y esto nos recuerda a las Obras de Misericordia: dar de beber al sediento, dar de comer al hambriento, dar posada al peregrino… y así se cumplía el lema de esta JMJ: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”.
Y por último me gustaría resalta el mensaje del Papa. Fueron palabras que los jóvenes allí reunidos pudimos entender fácilmente: “no quiero jóvenes jubilados a los 23 años”, “no quiero jóvenes de sofá”, “no os dejéis arrastrar por la droga del egoísmo”, “nuestra respuesta a este mundo en guerra es la fraternidad, es la comunión, es la familia”. Ante todo un mensaje de paz y reconciliación que mucha falta hace al mundo de hoy.
Al terminar esta peregrinación puedo afirmar que los jóvenes de hoy son auténticamente creyentes, y que expresiones como “a religión non é para os novos” son falsas.
Solo os pediría un favor: que recéis por los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud.
¡¡¡Que san Juan Pablo II y santa Faustina Kowalska, patronos de esta JMJ y apóstoles de la Divina Misericordia rueguen por nosotros!!!
Javier Carballo Mouzo
Seminarista