Queridos jóvenes:
Me da una gran alegría poder encontrarme con ustedes, en este clima de fiesta. Poder escuchar sus testimonios y compartir su entusiasmo y amor a Jesús.
Gracias a Mons. Ricardo Valenzuela, responsable de la pastoral juvenil, por sus palabras. Gracias Manuel y Liz por la valentía en compartir sus vidas, sus testimonios en este encuentro. No es fácil hablar de las cosas personales y menos delante de tanta gente. Ustedes han compartido el tesoro más grande que tienen, sus historias, sus vidas y cómo Jesús se fue metiendo en ellas.
Para responder a sus preguntas me gustaría destacar algunas de las cosas que ustedes compartían.
Manuel, vos nos decías algo así: “Hoy me sobran ganas de servir a otros, tengo ganas de superarme”. Pasaste momentos muy difíciles, situaciones muy dolorosas, pero hoy tenés muchas ganas de servir, de salir, de compartir tu vida con los demás.
Liz, no es nada fácil ser madre de los propios padres y más cuando uno es joven, pero qué sabiduría y maduración guardan tus palabras cuando nos decías: “Hoy juego con ella, cambio los pañales, son todas las cosas que hoy les entrego a Dios y estoy apenas compensando todo lo que mi madre hizo por mí”.
Ustedes jóvenes paraguayos, sí que son valientes.
También compartieron cómo hicieron para salir adelante. Dónde encontraron fuerzas. Los dos dijeron: “En la parroquia”. En los amigos de la parroquia y en los retiros espirituales que ahí se organizaban. Dos claves muy importantes: los amigos y los retiros espirituales.
Los amigos. La amistad es de los regalos más grande que una persona, que un joven puede tener y puede ofrecer. Es verdad. Qué difícil es vivir sin amigos. Fíjense si será de las cosas más hermosas que Jesús dice: “Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn 15,5). Uno de los secretos más grande del cristiano radica en ser amigos, amigos de Jesús. Cuando uno quiere a alguien, le está al lado, lo cuida, ayuda, le dice lo que piensa, sí, pero no lo deja tirado. Así es Jesús con nosotros, nunca nos deja tirados. Los amigos se hacen el aguante, se acompañan, se protegen. Así es el Señor con nosotros. Nos hace el aguante.
Los retiros espirituales. San Ignacio hace una meditación famosa llamada de las dos banderas. Describe por un lado, la bandera del demonio y por otro, la bandera de Cristo. Sería como las camisetas de dos equipos y nos pregunta, en cuál nos gustaría jugar.
Con esta meditación, nos hace imaginar, como sería pertenecer a uno u a otro equipo. Sería como preguntarnos, ¿con quién querés jugar en la vida?
Y dice San Ignacio que el demonio para reclutar jugadores, les promete a aquellos que jueguen con él riqueza, honores, gloria, poder. Serán famosos. Todos los endiosarán.
Por otro lado, nos presenta la jugada de Jesús. No como algo fantástico. Jesús no nos presenta una vida de estrellas, de famosos, por el contrario, nos dice que jugar con él es una invitación, a la humildad, al amor, al servicio a los demás. Jesús no nos miente. Nos toma en serio.
En la Biblia, al demonio se lo llama el padre de la mentira. Aquel que prometía, o mejor dicho, te hacía creer que haciendo determinadas cosas serías feliz. Y después te dabas cuenta que no eras para nada feliz. Que estuviste atrás de algo que lejos de darte la felicidad, te hizo sentir más vacío, más triste. Amigos: el diablo, es un «vende humo». Te promete, te promete, pero no te da nada, nunca va a cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear cosas que no dependen de él, que las consigas o no. Te hace depositar la esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada. Es un gran “vende humo” porque todo lo que nos propone es fruto de la división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los otros para conseguir nuestras cosas. Es un “vende humo” porque, para alcanzar todo esto, el único camino es dejar de lado a tus amigos, no hacerle el aguante a nadie. Porque todo se basa en la apariencia. Te hace creer que tu valor depende de cuánto tenés.
Por el contrario, tenemos a Jesús, que nos ofrece su jugada. No nos vende humo, no nos promete aparentemente grandes cosas. No nos dice que la felicidad estará en la riqueza, el poder, orgullo. Por el contrario. Nos muestra que el camino es otro. Este Director Técnico les dice a sus jugadores: Bienaventurados, felices los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por la justicia. Y termina diciéndoles, alégrense por todo esto (cf. Mt 5,1-12).
¿Por qué? Porque Jesús no nos miente. Nos muestra un camino que es vida, que es verdad. Él es la gran prueba de esto. Es su estilo, su manera de vivir la vida, la amistad, la relación con su Padre. Y es a lo que nos invita. A sentirnos hijos. Hijos amados.
Él no te vende humo. Porque sabe que la felicidad, la verdadera, la que deja lleno el corazón, no está en las “pilchas” que llevamos, en los zapatos que nos ponemos, en la etiqueta de determinada marca. Él sabe que la felicidad verdadera, está en ser sensibles, en aprender a llorar con los que lloran, en estar cerca de los que están tristes, en poner el hombro, dar un abrazo. Quien no sabe llorar, no sabe reír y por lo tanto, no sabe vivir. Jesús sabe que en este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no condenar ni juzgar a nadie. El que se enoja, pierde, dice el refrán. No le des el corazón a la rabia, al rencor. Felices los que tienen misericordia. Felices los que saben ponerse en el lugar del otro, en los que tienen la capacidad de abrazar, de perdonar. Todos hemos alguna vez experimentado esto. Todos en algún momento nos hemos sentido perdonados, ¡qué lindo que es! Es como recobrar la vida, es tener una nueva oportunidad. No hay nada más lindo que tener nuevas oportunidades. Es como que la vida vuelve a empezar. Por eso, felices aquellos que son portadores de nueva vida, de nuevas oportunidades. Felices los que trabajan para ello, los que luchan para ello. Errores tenemos todos, equivocaciones, miles. Por eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a otros en su error, en sus equivocaciones. Que son verdaderos amigos y no dejan tirado a nadie. Esos son los limpios de corazón, los que logran ver más allá de la simple macana y superan las dificultades. Felices los que ven especialmente lo bueno de los demás.
Liz, vos nombraste a Chikitunga, esta Sierva de Dios paraguaya. Dijiste que era como tu hermana, tu amiga, tu modelo. Ella, al igual que tantos, nos muestra que el camino de las bienaventuranzas es un camino de plenitud, un camino posible, real. Que llena el corazón. Ellos son nuestros amigos y modelos que ya dejaron de jugar en esta “cancha”, pero se vuelven esos jugadores indispensables que uno siempre mira para dar lo mejor de sí. Ellos son el ejemplo de que Jesús no es un “vende humo”, su propuesta es de plenitud. Pero por sobre todas las cosas, es una propuesta de amistad, de amistad verdadera, de esa amistad que todos necesitamos. Amigos al estilo de Jesús. Pero no para quedarnos entre nosotros, sino para salir a la “cancha”, a ir a hacer más amigos. Para contagiar la amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el estudio, en la previa, por Whastapp, en Facebook o Twitter. Cuando salgan a bailar, o tomando un buen tereré. En la plaza o jugando un partidito en la cancha del barrio. Ahí es donde están los amigos de Jesús. No vendiendo humo, sino haciendo el aguante. El aguante de saber que somos felices, porque tenemos un Padre que está en el cielo.
Me da una gran alegría poder encontrarme con ustedes, en este clima
de fiesta. Poder escuchar sus testimonios y compartir su entusiasmo y
amor a Jesús.
Gracias a Mons. Ricardo Valenzuela, responsable de la pastoral
juvenil, por sus palabras. Gracias Manuel y Liz por la valentía en
compartir sus vidas, sus testimonios en este encuentro. No es fácil
hablar de las cosas personales y menos delante de tanta gente. Ustedes
han compartido el tesoro más grande que tienen, sus historias, sus vidas
y cómo Jesús se fue metiendo en ellas.
Para responder a sus preguntas me gustaría destacar algunas de las cosas que ustedes compartían.
Manuel, vos nos decías algo así: “Hoy me sobran
ganas de servir a otros, tengo ganas de superarme”. Pasaste momentos muy
difíciles, situaciones muy dolorosas, pero hoy tenés muchas ganas de
servir, de salir, de compartir tu vida con los demás.
Liz, no es nada fácil ser madre de los propios
padres y más cuando uno es joven, pero qué sabiduría y maduración
guardan tus palabras cuando nos decías: “Hoy juego con ella, cambio los
pañales, son todas las cosas que hoy les entrego a Dios y estoy apenas
compensando todo lo que mi madre hizo por mí”.
Ustedes jóvenes paraguayos, sí que son valientes.
También compartieron cómo hicieron para salir adelante. Dónde encontraron fuerzas. Los dos dijeron: “En la parroquia”. En los amigos de la parroquia y en los retiros espirituales que ahí se organizaban. Dos claves muy importantes: los amigos y los retiros espirituales.
Los amigos. La amistad es de los regalos más grande que una persona, que un joven puede tener y puede ofrecer. Es verdad. Qué difícil es vivir sin amigos.
Fíjense si será de las cosas más hermosas que Jesús dice: “Yo los llamo
amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn
15,5). Uno de los secretos más grande del cristiano radica en ser amigos, amigos de Jesús. Cuando uno quiere a alguien, le está al lado, lo cuida, ayuda, le dice lo que piensa, sí, pero no lo deja tirado. Así es Jesús con nosotros, nunca nos deja tirados. Los amigos se hacen el aguante, se acompañan, se protegen. Así es el Señor con nosotros. Nos hace el aguante.
Los retiros espirituales. San Ignacio hace una meditación famosa llamada de las dos banderas. Describe por un lado, la bandera del demonio y por otro, la bandera de Cristo. Sería como las camisetas de dos equipos y nos pregunta, en cuál nos gustaría jugar.
Con esta meditación, nos hace imaginar, como sería pertenecer a uno u a otro equipo. Sería como preguntarnos, ¿con quién querés jugar en la vida?
Y dice San Ignacio que el demonio para reclutar jugadores, les
promete a aquellos que jueguen con él riqueza, honores, gloria, poder.
Serán famosos. Todos los endiosarán.
Por otro lado, nos presenta la jugada de Jesús. No como algo fantástico. Jesús
no nos presenta una vida de estrellas, de famosos, por el contrario,
nos dice que jugar con él es una invitación, a la humildad, al amor, al
servicio a los demás. Jesús no nos miente. Nos toma en serio.
En la Biblia, al demonio se lo llama el padre de la mentira. Aquel
que prometía, o mejor dicho, te hacía creer que haciendo determinadas
cosas serías feliz. Y después te dabas cuenta que no eras para nada
feliz. Que estuviste atrás de algo que lejos de darte la felicidad, te
hizo sentir más vacío, más triste. Amigos: el diablo, es un
«vende humo». Te promete, te promete, pero no te da nada, nunca va a
cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear
cosas que no dependen de él, que las consigas o no. Te hace depositar la
esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su
estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada.
Es un gran “vende humo” porque todo lo que nos propone es fruto de la
división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los
otros para conseguir nuestras cosas. Es un “vende humo” porque, para
alcanzar todo esto, el único camino es dejar de lado a tus amigos, no
hacerle el aguante a nadie. Porque todo se basa en la apariencia. Te
hace creer que tu valor depende de cuánto tenés.
Por el contrario, tenemos a Jesús, que nos ofrece su
jugada. No nos vende humo, no nos promete aparentemente grandes cosas.
No nos dice que la felicidad estará en la riqueza, el poder, orgullo.
Por el contrario. Nos muestra que el camino es otro. Este
Director Técnico les dice a sus jugadores: Bienaventurados, felices los
pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y
sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que
trabajan por la paz, los perseguidos por la justicia. Y termina diciéndoles, alégrense por todo esto (cf. Mt 5,1-12).
¿Por qué? Porque Jesús no nos miente. Nos muestra un
camino que es vida, que es verdad. Él es la gran prueba de esto. Es su
estilo, su manera de vivir la vida, la amistad, la relación con su
Padre. Y es a lo que nos invita. A sentirnos hijos. Hijos amados.
Él no te vende humo. Porque sabe que la felicidad, la verdadera, la
que deja lleno el corazón, no está en las “pilchas” que llevamos, en los
zapatos que nos ponemos, en la etiqueta de determinada marca. Él sabe
que la felicidad verdadera, está en ser sensibles, en aprender a
llorar con los que lloran, en estar cerca de los que están tristes, en
poner el hombro, dar un abrazo. Quien no sabe llorar, no sabe reír y por lo tanto, no sabe vivir. Jesús sabe que en este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no condenar ni juzgar a nadie.
El que se enoja, pierde, dice el refrán. No le des el corazón a la
rabia, al rencor. Felices los que tienen misericordia. Felices los que
saben ponerse en el lugar del otro, en los que tienen la capacidad de
abrazar, de perdonar. Todos hemos alguna vez experimentado esto. Todos
en algún momento nos hemos sentido perdonados, ¡qué lindo que es! Es
como recobrar la vida, es tener una nueva oportunidad. No hay
nada más lindo que tener nuevas oportunidades. Es como que la vida
vuelve a empezar. Por eso, felices aquellos que son portadores de nueva
vida, de nuevas oportunidades. Felices los que trabajan para ello, los
que luchan para ello. Errores tenemos todos, equivocaciones, miles. Por
eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a otros en su error, en
sus equivocaciones. Que son verdaderos amigos y no dejan tirado a nadie.
Esos son los limpios de corazón, los que logran ver más allá de la
simple macana y superan las dificultades. Felices los que ven especialmente lo bueno de los demás.
Liz, vos nombraste a Chikitunga, esta Sierva de Dios paraguaya. Dijiste que era como tu hermana, tu amiga, tu modelo. Ella, al igual que tantos, nos muestra que el camino de las bienaventuranzas es un camino de plenitud, un camino posible, real.
Que llena el corazón. Ellos son nuestros amigos y modelos que ya
dejaron de jugar en esta “cancha”, pero se vuelven esos jugadores
indispensables que uno siempre mira para dar lo mejor de sí. Ellos son
el ejemplo de que Jesús no es un “vende humo”, su propuesta es de
plenitud. Pero por sobre todas las cosas, es una propuesta de amistad,
de amistad verdadera, de esa amistad que todos necesitamos. Amigos al
estilo de Jesús. Pero no para quedarnos entre nosotros, sino
para salir a la “cancha”, a ir a hacer más amigos. Para contagiar la
amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el estudio, en la previa, por Whastapp, en Facebook o Twitter.
Cuando salgan a bailar, o tomando un buen tereré. En la plaza o jugando
un partidito en la cancha del barrio. Ahí es donde están los amigos de
Jesús. No vendiendo humo, sino haciendo el aguante. El aguante de saber
que somos felices, porque tenemos un Padre que está en el cielo.
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Me da una gran alegría poder encontrarme con ustedes, en este clima
de fiesta. Poder escuchar sus testimonios y compartir su entusiasmo y
amor a Jesús.
Gracias a Mons. Ricardo Valenzuela, responsable de la pastoral
juvenil, por sus palabras. Gracias Manuel y Liz por la valentía en
compartir sus vidas, sus testimonios en este encuentro. No es fácil
hablar de las cosas personales y menos delante de tanta gente. Ustedes
han compartido el tesoro más grande que tienen, sus historias, sus vidas
y cómo Jesús se fue metiendo en ellas.
Para responder a sus preguntas me gustaría destacar algunas de las cosas que ustedes compartían.
Manuel, vos nos decías algo así: “Hoy me sobran
ganas de servir a otros, tengo ganas de superarme”. Pasaste momentos muy
difíciles, situaciones muy dolorosas, pero hoy tenés muchas ganas de
servir, de salir, de compartir tu vida con los demás.
Liz, no es nada fácil ser madre de los propios
padres y más cuando uno es joven, pero qué sabiduría y maduración
guardan tus palabras cuando nos decías: “Hoy juego con ella, cambio los
pañales, son todas las cosas que hoy les entrego a Dios y estoy apenas
compensando todo lo que mi madre hizo por mí”.
Ustedes jóvenes paraguayos, sí que son valientes.
También compartieron cómo hicieron para salir adelante. Dónde encontraron fuerzas. Los dos dijeron: “En la parroquia”. En los amigos de la parroquia y en los retiros espirituales que ahí se organizaban. Dos claves muy importantes: los amigos y los retiros espirituales.
Los amigos. La amistad es de los regalos más grande que una persona, que un joven puede tener y puede ofrecer. Es verdad. Qué difícil es vivir sin amigos.
Fíjense si será de las cosas más hermosas que Jesús dice: “Yo los llamo
amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn
15,5). Uno de los secretos más grande del cristiano radica en ser amigos, amigos de Jesús. Cuando uno quiere a alguien, le está al lado, lo cuida, ayuda, le dice lo que piensa, sí, pero no lo deja tirado. Así es Jesús con nosotros, nunca nos deja tirados. Los amigos se hacen el aguante, se acompañan, se protegen. Así es el Señor con nosotros. Nos hace el aguante.
Los retiros espirituales. San Ignacio hace una meditación famosa llamada de las dos banderas. Describe por un lado, la bandera del demonio y por otro, la bandera de Cristo. Sería como las camisetas de dos equipos y nos pregunta, en cuál nos gustaría jugar.
Con esta meditación, nos hace imaginar, como sería pertenecer a uno u a otro equipo. Sería como preguntarnos, ¿con quién querés jugar en la vida?
Y dice San Ignacio que el demonio para reclutar jugadores, les
promete a aquellos que jueguen con él riqueza, honores, gloria, poder.
Serán famosos. Todos los endiosarán.
Por otro lado, nos presenta la jugada de Jesús. No como algo fantástico. Jesús
no nos presenta una vida de estrellas, de famosos, por el contrario,
nos dice que jugar con él es una invitación, a la humildad, al amor, al
servicio a los demás. Jesús no nos miente. Nos toma en serio.
En la Biblia, al demonio se lo llama el padre de la mentira. Aquel
que prometía, o mejor dicho, te hacía creer que haciendo determinadas
cosas serías feliz. Y después te dabas cuenta que no eras para nada
feliz. Que estuviste atrás de algo que lejos de darte la felicidad, te
hizo sentir más vacío, más triste. Amigos: el diablo, es un
«vende humo». Te promete, te promete, pero no te da nada, nunca va a
cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear
cosas que no dependen de él, que las consigas o no. Te hace depositar la
esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su
estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada.
Es un gran “vende humo” porque todo lo que nos propone es fruto de la
división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los
otros para conseguir nuestras cosas. Es un “vende humo” porque, para
alcanzar todo esto, el único camino es dejar de lado a tus amigos, no
hacerle el aguante a nadie. Porque todo se basa en la apariencia. Te
hace creer que tu valor depende de cuánto tenés.
Por el contrario, tenemos a Jesús, que nos ofrece su
jugada. No nos vende humo, no nos promete aparentemente grandes cosas.
No nos dice que la felicidad estará en la riqueza, el poder, orgullo.
Por el contrario. Nos muestra que el camino es otro. Este
Director Técnico les dice a sus jugadores: Bienaventurados, felices los
pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y
sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que
trabajan por la paz, los perseguidos por la justicia. Y termina diciéndoles, alégrense por todo esto (cf. Mt 5,1-12).
¿Por qué? Porque Jesús no nos miente. Nos muestra un
camino que es vida, que es verdad. Él es la gran prueba de esto. Es su
estilo, su manera de vivir la vida, la amistad, la relación con su
Padre. Y es a lo que nos invita. A sentirnos hijos. Hijos amados.
Él no te vende humo. Porque sabe que la felicidad, la verdadera, la
que deja lleno el corazón, no está en las “pilchas” que llevamos, en los
zapatos que nos ponemos, en la etiqueta de determinada marca. Él sabe
que la felicidad verdadera, está en ser sensibles, en aprender a
llorar con los que lloran, en estar cerca de los que están tristes, en
poner el hombro, dar un abrazo. Quien no sabe llorar, no sabe reír y por lo tanto, no sabe vivir. Jesús sabe que en este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no condenar ni juzgar a nadie.
El que se enoja, pierde, dice el refrán. No le des el corazón a la
rabia, al rencor. Felices los que tienen misericordia. Felices los que
saben ponerse en el lugar del otro, en los que tienen la capacidad de
abrazar, de perdonar. Todos hemos alguna vez experimentado esto. Todos
en algún momento nos hemos sentido perdonados, ¡qué lindo que es! Es
como recobrar la vida, es tener una nueva oportunidad. No hay
nada más lindo que tener nuevas oportunidades. Es como que la vida
vuelve a empezar. Por eso, felices aquellos que son portadores de nueva
vida, de nuevas oportunidades. Felices los que trabajan para ello, los
que luchan para ello. Errores tenemos todos, equivocaciones, miles. Por
eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a otros en su error, en
sus equivocaciones. Que son verdaderos amigos y no dejan tirado a nadie.
Esos son los limpios de corazón, los que logran ver más allá de la
simple macana y superan las dificultades. Felices los que ven especialmente lo bueno de los demás.
Liz, vos nombraste a Chikitunga, esta Sierva de Dios paraguaya. Dijiste que era como tu hermana, tu amiga, tu modelo. Ella, al igual que tantos, nos muestra que el camino de las bienaventuranzas es un camino de plenitud, un camino posible, real.
Que llena el corazón. Ellos son nuestros amigos y modelos que ya
dejaron de jugar en esta “cancha”, pero se vuelven esos jugadores
indispensables que uno siempre mira para dar lo mejor de sí. Ellos son
el ejemplo de que Jesús no es un “vende humo”, su propuesta es de
plenitud. Pero por sobre todas las cosas, es una propuesta de amistad,
de amistad verdadera, de esa amistad que todos necesitamos. Amigos al
estilo de Jesús. Pero no para quedarnos entre nosotros, sino
para salir a la “cancha”, a ir a hacer más amigos. Para contagiar la
amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el estudio, en la previa, por Whastapp, en Facebook o Twitter.
Cuando salgan a bailar, o tomando un buen tereré. En la plaza o jugando
un partidito en la cancha del barrio. Ahí es donde están los amigos de
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de fiesta. Poder escuchar sus testimonios y compartir su entusiasmo y
amor a Jesús.
Gracias a Mons. Ricardo Valenzuela, responsable de la pastoral
juvenil, por sus palabras. Gracias Manuel y Liz por la valentía en
compartir sus vidas, sus testimonios en este encuentro. No es fácil
hablar de las cosas personales y menos delante de tanta gente. Ustedes
han compartido el tesoro más grande que tienen, sus historias, sus vidas
y cómo Jesús se fue metiendo en ellas.
Para responder a sus preguntas me gustaría destacar algunas de las cosas que ustedes compartían.
Manuel, vos nos decías algo así: “Hoy me sobran
ganas de servir a otros, tengo ganas de superarme”. Pasaste momentos muy
difíciles, situaciones muy dolorosas, pero hoy tenés muchas ganas de
servir, de salir, de compartir tu vida con los demás.
Liz, no es nada fácil ser madre de los propios
padres y más cuando uno es joven, pero qué sabiduría y maduración
guardan tus palabras cuando nos decías: “Hoy juego con ella, cambio los
pañales, son todas las cosas que hoy les entrego a Dios y estoy apenas
compensando todo lo que mi madre hizo por mí”.
Ustedes jóvenes paraguayos, sí que son valientes.
También compartieron cómo hicieron para salir adelante. Dónde encontraron fuerzas. Los dos dijeron: “En la parroquia”. En los amigos de la parroquia y en los retiros espirituales que ahí se organizaban. Dos claves muy importantes: los amigos y los retiros espirituales.
Los amigos. La amistad es de los regalos más grande que una persona, que un joven puede tener y puede ofrecer. Es verdad. Qué difícil es vivir sin amigos.
Fíjense si será de las cosas más hermosas que Jesús dice: “Yo los llamo
amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (Jn
15,5). Uno de los secretos más grande del cristiano radica en ser amigos, amigos de Jesús. Cuando uno quiere a alguien, le está al lado, lo cuida, ayuda, le dice lo que piensa, sí, pero no lo deja tirado. Así es Jesús con nosotros, nunca nos deja tirados. Los amigos se hacen el aguante, se acompañan, se protegen. Así es el Señor con nosotros. Nos hace el aguante.
Los retiros espirituales. San Ignacio hace una meditación famosa llamada de las dos banderas. Describe por un lado, la bandera del demonio y por otro, la bandera de Cristo. Sería como las camisetas de dos equipos y nos pregunta, en cuál nos gustaría jugar.
Con esta meditación, nos hace imaginar, como sería pertenecer a uno u a otro equipo. Sería como preguntarnos, ¿con quién querés jugar en la vida?
Y dice San Ignacio que el demonio para reclutar jugadores, les
promete a aquellos que jueguen con él riqueza, honores, gloria, poder.
Serán famosos. Todos los endiosarán.
Por otro lado, nos presenta la jugada de Jesús. No como algo fantástico. Jesús
no nos presenta una vida de estrellas, de famosos, por el contrario,
nos dice que jugar con él es una invitación, a la humildad, al amor, al
servicio a los demás. Jesús no nos miente. Nos toma en serio.
En la Biblia, al demonio se lo llama el padre de la mentira. Aquel
que prometía, o mejor dicho, te hacía creer que haciendo determinadas
cosas serías feliz. Y después te dabas cuenta que no eras para nada
feliz. Que estuviste atrás de algo que lejos de darte la felicidad, te
hizo sentir más vacío, más triste. Amigos: el diablo, es un
«vende humo». Te promete, te promete, pero no te da nada, nunca va a
cumplir nada de lo que dice. Es un mal pagador. Te hace desear
cosas que no dependen de él, que las consigas o no. Te hace depositar la
esperanza en algo que nunca te hará feliz. Esa es su jugada, esa es su
estrategia. Hablar mucho, ofrecer mucho y no hacer nada.
Es un gran “vende humo” porque todo lo que nos propone es fruto de la
división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los
otros para conseguir nuestras cosas. Es un “vende humo” porque, para
alcanzar todo esto, el único camino es dejar de lado a tus amigos, no
hacerle el aguante a nadie. Porque todo se basa en la apariencia. Te
hace creer que tu valor depende de cuánto tenés.
Por el contrario, tenemos a Jesús, que nos ofrece su
jugada. No nos vende humo, no nos promete aparentemente grandes cosas.
No nos dice que la felicidad estará en la riqueza, el poder, orgullo.
Por el contrario. Nos muestra que el camino es otro. Este
Director Técnico les dice a sus jugadores: Bienaventurados, felices los
pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y
sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que
trabajan por la paz, los perseguidos por la justicia. Y termina diciéndoles, alégrense por todo esto (cf. Mt 5,1-12).
¿Por qué? Porque Jesús no nos miente. Nos muestra un
camino que es vida, que es verdad. Él es la gran prueba de esto. Es su
estilo, su manera de vivir la vida, la amistad, la relación con su
Padre. Y es a lo que nos invita. A sentirnos hijos. Hijos amados.
Él no te vende humo. Porque sabe que la felicidad, la verdadera, la
que deja lleno el corazón, no está en las “pilchas” que llevamos, en los
zapatos que nos ponemos, en la etiqueta de determinada marca. Él sabe
que la felicidad verdadera, está en ser sensibles, en aprender a
llorar con los que lloran, en estar cerca de los que están tristes, en
poner el hombro, dar un abrazo. Quien no sabe llorar, no sabe reír y por lo tanto, no sabe vivir. Jesús sabe que en este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no condenar ni juzgar a nadie.
El que se enoja, pierde, dice el refrán. No le des el corazón a la
rabia, al rencor. Felices los que tienen misericordia. Felices los que
saben ponerse en el lugar del otro, en los que tienen la capacidad de
abrazar, de perdonar. Todos hemos alguna vez experimentado esto. Todos
en algún momento nos hemos sentido perdonados, ¡qué lindo que es! Es
como recobrar la vida, es tener una nueva oportunidad. No hay
nada más lindo que tener nuevas oportunidades. Es como que la vida
vuelve a empezar. Por eso, felices aquellos que son portadores de nueva
vida, de nuevas oportunidades. Felices los que trabajan para ello, los
que luchan para ello. Errores tenemos todos, equivocaciones, miles. Por
eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a otros en su error, en
sus equivocaciones. Que son verdaderos amigos y no dejan tirado a nadie.
Esos son los limpios de corazón, los que logran ver más allá de la
simple macana y superan las dificultades. Felices los que ven especialmente lo bueno de los demás.
Liz, vos nombraste a Chikitunga, esta Sierva de Dios paraguaya. Dijiste que era como tu hermana, tu amiga, tu modelo. Ella, al igual que tantos, nos muestra que el camino de las bienaventuranzas es un camino de plenitud, un camino posible, real.
Que llena el corazón. Ellos son nuestros amigos y modelos que ya
dejaron de jugar en esta “cancha”, pero se vuelven esos jugadores
indispensables que uno siempre mira para dar lo mejor de sí. Ellos son
el ejemplo de que Jesús no es un “vende humo”, su propuesta es de
plenitud. Pero por sobre todas las cosas, es una propuesta de amistad,
de amistad verdadera, de esa amistad que todos necesitamos. Amigos al
estilo de Jesús. Pero no para quedarnos entre nosotros, sino
para salir a la “cancha”, a ir a hacer más amigos. Para contagiar la
amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el estudio, en la previa, por Whastapp, en Facebook o Twitter.
Cuando salgan a bailar, o tomando un buen tereré. En la plaza o jugando
un partidito en la cancha del barrio. Ahí es donde están los amigos de
Jesús. No vendiendo humo, sino haciendo el aguante. El aguante de saber
que somos felices, porque tenemos un Padre que está en el cielo.
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