Queridos diocesanos:
En la solemnidad de Pentecostés recordamos que el Espíritu Santo es el principio de expansión de la Iglesia, la fuerza que alimenta la misión. El contexto es el del Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia que estamos celebrando. En esta clave interpretamos el lema que la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar ha elegido: “Los laicos, testigos de la misericordia”.
Belleza de la misericordia
La misericordia es visible y palpable en la ternura de los que cuidan a los más frágiles y necesitados, en el perdón mutuo y en el sacramento de la reconciliación. Esto ha de motivarnos a ser misericordiosos los unos con los otros. Estoy seguro de que ninguno de nosotros puede decir que no necesita de la misericordia de Dios y de la de los demás. No es difícil fascinarse ante la grandiosidad y belleza de la creación, pero como afirmaba el papa emérito Benedicto XVI, esta inmensidad y poder es superado todavía por la grandeza y belleza de la misericordia[1]. Sin duda, la primera es accesible a todos los ojos, y la segunda sólo a los del corazón. Los que más de cerca viven este misterio son aquellos hombres y mujeres que experimentan la ternura de Dios. Testigos veraces de ella son para nosotros el leproso tocado por Jesús (Mc. 1, 40-45), la mujer sorprendida en adulterio (Jn. 8, 3-10), el publicano cobrador de impuestos (Mt. 9,9), la mujer que padecía flujos de sangre (Lc. 8, 43-48) o el paralítico al que le fueron perdonados sus pecados (Lc 5, 24). Pero, ¿qué decir de Pedro, el que se oponía a la entrega de Jesús para morir en la cruz? ¿Y de Pablo, el que perseguía a Cristo en los hermanos? El primero dejándose lavar los pies comprendió que su amor por Cristo no provenía de sí mismo (Jn. 13,9); el segundo, presumiendo ser buscador del Señor se dejó alcanzar por Él (Filp. 3, 12-14). Todas estas experiencias que nos acerca la Palabra de Dios, son iconos vivos donde todos podemos contemplar y dejarnos hacer por su misericordia.
Testimoniar la misericordia
“¡Verdaderamente cada gota del Evangelio contiene el océano de la misericordia!”. La misericordia es un lenguaje comprensible para todos los hombres en las distintas circunstancias de la existencia. Todos la experimentamos en un momento u otro a lo largo de la vida en la ternura y comprensión de los demás. En este sentido nos dice el papa Francisco: “La misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por su propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene de lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón”[2]. Como afirma santo Tomás de Aquino, “la misericordia, como su propio nombre indica, consiste en el tener el corazón mísero, es decir, cargado de la miseria ajena (entendida la miseria como una falta, limitación o cualquier otro aspecto negativo de alguien). Se tiene misericordia, enseña santo Tomás, cuando se considera la miseria ajena como propia. Si alguien tiene una miseria, intenta quitarla o superarla. Por tanto al acto propio de la misericordia consiste en remover la miseria ajena. La misericordia puede referirse a las necesidades materiales o las espirituales, como por ejemplo la enseñanza o la corrección. La misericordia es una virtud, un hábito operativo de la voluntad que lleva a realizar el bien: quien practica la misericordia es bueno y feliz”[3].
El papa Francisco al convocar el Año Jubilar manifestaba que “la Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia”[4].
Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar
En este Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, se llama a los cristianos laicos a vivir la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo, rostro de la misericordia del Padre. “Dar de comer al hambriento y de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al extranjero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, aconsejar a los que dudan, enseñar al que no sabe, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente a las personas molestas, rezar por los vivos y difuntos”, son las obras de misericordia que los miembros de la Acción Católica y de las distintas asociaciones del Apostolado Seglar han de poner en práctica, como testigos de la misericordia. En una cultura donde se percibe el individualismo y el egoísmo como camino para salir adelante, la llamada a tener en cuenta a los otros parece que ofende y molesta. La actitud misericordiosa más allá de todo sentimentalismo es la prueba de autenticidad de nuestra condición de discípulos de Cristo y de nuestra credibilidad como cristianos. Hemos de mostrarnos misericordiosos con todos pero especialmente con los más necesitados material y espiritualmente.
Queridos miembros de la Acción católica y de las distintas asociaciones de Apostolado Seglar, os agradezco vuestro quehacer en la pastoral diocesana y os animo a vivir con esperanza vuestro compromiso cristiano. ¡Merece la pena! La misericordia tiene su fuente en el amor recibido y en la acogida de la gracia de la salvación que Dios nos ofrece en Cristo. ¡Seamos misericordiosos como el Padre! Las obras de misericordia son caminos que nos llevan a tomar conciencia de las necesidades de los demás desde las que Cristo nos llama y donde El nos espera.
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] Cf. Benedicto XVI, Audiencia general. Miércoles 1 de febrero de 2006.
[2] FRANCISCO, Bula Misericordiae Vultus, 6.
[3] Santo Tomás de Aquino, Super Evangelium Matthei, cap. 5, lc. 2.
[4] FRANCISCO, Bula Misericordiae Vultus, 12.