Carta Pastoral en la Cuaresma del 2016
Queridos diocesanos:
Sigue en nosotros arraigado el sentir de cumplir con el precepto en la Cuaresma, es decir acercarse a la celebración del Sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía. Todo tiempo pero de manera especial el tiempo cuaresmal es el privilegiado para descubrir el rostro misericordioso de Dios. “La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso del Padre!”[1], escribe el Papa. Por mi parte, pido que en las parroquias y comunidades religiosas se haga una reflexión sobre las parábolas de la misericordia y se contemple en las homilías el carácter bautismal y penitencial de las oraciones y lecturas que se proclaman en el período de la liturgia cuaresmal.
La liturgia cuaresmal dominical
Con el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto, en el Domingo primero de Cuaresma, la comunidad cristiana es llamada a la conversión eclesial a través de la escucha de la Palabra, la oración y el ayuno. La contemplación de la Transfiguración del Señor en el segundo domingo nos invita a afianzar la fe en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo para adherirse en plena fidelidad a la voluntad de Dios. La parábola de la higuera sin fruto en el tercer domingo nos urge a superar la dureza de mente y de corazón para que acogiendo la Palabra de Dios y dejando espacio al Espíritu seamos capaces de dar frutos de verdadera y continua conversión. En el cuarto domingo la liturgia nos ofrece la parábola del padre misericordioso para reconocer a Dios como Padre bueno y grande en el perdón, que acoge en el abrazo de su amor a todos los hijos que vuelven a él con ánimo arrepentido, para recubrirlos con los vestidos de la salvación, hacerlos partícipes de la alegría del banquete pascual y restituirlos a la dignidad real de hijos de Dios. El pasaje de la adúltera perdonada del quinto domingo vuelve a llamar a cada bautizado a abrirse al perdón incondicionado de Dios que en Cristo renueva todas las cosas.
¿Realmente Dios nos interesa?
Me duele comprobar a veces que Dios no nos interesa y que estamos viviendo a nuestro aire muy ocupados de nuestras cosas de las que hacemos ídolos que tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, y no dan respuestas a nuestras íntimas aspiraciones. ¿Hasta cuándo vamos a pretender ignorar a Dios en nuestra vida, siendo esclavos del pecado? “La paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom 6,23). Se nos ha llamado a vivir en santidad y justicia todos los días de nuestra vida, dispuestos siempre para toda obra buena. ¡No hagamos esperar a Dios y volvamos a él! ¡No digamos ya tendré otra ocasión! ¡Tal vez no podamos disponer de ella! Por eso es el momento de decir: “Escúchame, Señor, porque es dulce tu misericordia. Vuélvete hacia mí según la inmensidad de tu misericordia, no según la multitud de mis pecados”, como manifestaba san Agustín. Jesús nos ha dicho: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). El estilo de vida del cristiano ha de estar definido por la misericordia. Los cristianos hemos de ser personas de misericordia en el camino de la perfección. “Así pues, escribe el Obispo de Hipona, cuando haces una obra de misericordia, si das pan, compadécete de quien está hambriento; si le das de beber, compadécete de quien está sediento; si das un vestido, compadécete del desnudo; si ofreces hospitalidad, compadécete del peregrino; si visitas a un enfermo, compadécete de él; si das sepultura a un difunto, lamenta que haya muerto; si pones paz entre quienes litigan, lamenta su afán de litigar. Si amamos a Dios y al prójimo, no podemos hacer nada de esto sin dolor en el corazón”. Ante el deterioro de lo humano que padecemos, la fe hace la vida más humana y más digna de ser vivida.
Exhortación final
Mostremos siempre interés por el otro con detalles aunque sean pequeños, pero de manera especial en este tiempo de preparación para la Pascua. Vivir los unos para los otros en la familia, en la parroquia y en la sociedad se convierte según el papa Francisco en “un signo viviente de la presencia de la misericordia de Dios en Cristo”, que nos motiva a recorrer el camino de la conversión y del retorno a lo esencial, a compartir y a vivir con un estilo sencillo de vida, intensificando la oración en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial, y ayudando con gestos de caridad.