MENORES MIGRANTES VULNERABLES Y SIN VOZ. RETO Y ESPERANZA
La jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado que tiene lugar el 15 de este mes, nos lleva en esta ocasión a fijarnos de manera especial en los menores para reflexionar cómo los estamos acogiendo. Es una de las realidades que aunque forman parte de la vida cotidiana, fácilmente nos defendemos de ella mirando para otro lado y olvidando el compromiso humano y cristiano.
La hospitalidad cristiana
“Fui forastero y me hospedasteis” (Mt 25, 35), nos dirá el Señor en el juicio final si hemos sido capaces de acoger a quienes por diferentes causas como la guerra, la esclavitud en el trabajo, la explotación, se han visto en la necesidad de emigrar viviendo lejos de sus hogares y del afecto de sus seres queridos. ¡Gélido invierno humano sin horizonte de primavera! ¡Cuántas imágenes de los medios de comunicación podemos traer a nuestra mente y a nuestro corazón que conmueven nuestros sentimientos!
Dijo Jesús: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37). “Con estas palabras, escribe el Papa, los evangelistas recuerdan a la comunidad cristiana una enseñanza de Jesús que apasiona, y a la vez compromete. Estas palabras en la dinámica de la acogida trazan el camino seguro que conduce a Dios, partiendo de los más pequeños y pasando por el Salvador”[1].
No podemos vivir al margen de la misericordia que se concreta en las obras tanto materiales como espirituales. Este convencimiento requiere no sólo una acción positiva desde el compromiso personal sino también desde el compromiso político en la afirmación de los derechos de los migrantes sobre todo de los más vulnerables y sin voz. “Los niños constituyen el grupo más vulnerable entre los emigrantes, porque mientras se asoman a la vida son invisibles y no tienen voz; la precariedad los priva de documentos, ocultándolos a los ojos del mundo; la ausencia de adultos que los acompañen impide que su voz se alce y sea escuchada. De ese modo los niños emigrantes acaban fácilmente en lo más bajo de la degradación humana, donde la ilegalidad y la violencia queman en un instante el futuro de muchos inocentes, mientras que la red de los abusos a los menores resulta difícil romper”[2], escribe el Papa.
La dura realidad actual
En este año pasado han desaparecido más de diez mil niños refugiados. Esta realidad nos plantea, entre otros, dos grandes retos: cómo afrontar la acogida de estos menores vulnerables y sin voz, y cómo favorecer la convivencia humana, testimoniando “en nuestra vida la Encarnación y la presencia constante de Cristo quien por medio de nosotros desea proseguir en la historia y en el mundo su obra de liberación de todas las formas de discriminación, rechazo y marginación” como escribía el papa emérito Benedicto XVI. Es un derecho de la persona buscar mejores condiciones de vida para ella y los suyos. Las fronteras no se deben cerrar simplemente por proteger los intereses económicos de una sociedad de bienestar. Si queremos un día entrar por la puerta estrecha a participar de la felicidad eterna, hemos de hacer aquí grandes las puertas para acoger a los desfavorecidos. Siempre es una injusticia una respuesta inadecuada a las necesidades de los emigrantes. Y toda injusticia es pecado.
A este respecto, los valores con que hemos de tejer el tapiz de nuestra convivencia son: el hombre es realidad sagrada e inviolable y no se puede herir, despreciar, dejar morir; y el prójimo es aquel de quien cada uno es responsable, no debiendo construir lo propio sin velar por él. Sólo la fuerza espiritual de la verdad puede ayudarnos a recuperar la confianza. Hoy Europa debe ser un Continente abierto y acogedor, que realice en la actual globalización no sólo formas de cooperación económica, sino también social y cultural, y que acreciente día a día el espíritu solidario y fraterno, respetando los derechos de las personas emigrantes y refugiadas, e inculcando actitudes positivas desde la doctrina social de la Iglesia, si de verdad queremos lograr la armonía social que evite toda clase de injusticia.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] FRANCISCO, Mensaje en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2017.
[2] Ibid.