Tui que es en la frontera de Portugal y España es nuestro punto de partida.
Estoy convencido de que este camino tiene tres importantes elementos. Primero es punto de partida. Como peregrinos sabemos dónde está este punto de partida. Pero más que esto como cristiano, que tiene fe en Dios nuestro punto de salida es Él. Dios con todo su amor nos permite caminar y contemplar la belleza que encontramos en este mundo. En sentido profundo somos de Dios. Nuestra vida por una parte es un don o regalo de Dios. Pero la pregunta es cómo vivimos con este don. Este nos permite a ver el segundo aspecto que es el camino. El peregrino no simplemente camina o cuenta cuantos kilómetros, sino más bien camina con particular dirección, con flechas porque de esta manera no vamos a perder la meta. De la misma manera cuando un cristiano camina en la vida, se pierde cuando no hay dirección, cuando no hay flechas que indeiquen el camino.
La meta del camino nos ayuda a ver y entender a dónde vamos. Santiago sería la meta del Camino Santiago pero para ponerlo en contexto de la fe, creo que Dios es nuestra Meta. Recordando a San Agustín que dice la felicidad solo puede estar en Dios. «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti». Como cristianos que tenemos fe en Cristo estamos destinados para vivir con él en su reino. Es la plenitud de nuestra peregrinación.
Por un lado, este camino para mí, fue un momento para interiorizar o contemplar el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Aunque es difícil ponernos al pie de Jesús, la invitación esta siempre allí, a que le sigamos. Ser seguidor de Cristo prácticamente, para mí, se resume en Semana Santa.
En la primera y segunda etapa nos introducimos en el misterio de la Pascua. Poco a poco saboreamos el dolor. Estábamos cansados, el cuerpo comienza flaquear, a hacernos caer. Pero como Jesús nos levantamos, y continuamos porque la meta todavía no está cerca.
La experiencia me hace pensar en la invitación de Jesús que dice, “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt 11,28). Estoy convencido de que estábamos cansados y cargados del camino. Pero en el interior podemos decir, por lo menos yo, estaba cargado con mis pecados.
Más que esto, antes de la experiencia de sufrimiento recordamos que Jesús nos invita para cenar, una cena Pascual con él. Ardientemente nos dice: “Quiero comer esta pascua con vosotros”. Es Jesús que está a tu lado, a mi lado, está en la mesa con nosotros. De sus manos recibimos el pan y vino, su cuerpo y su sangre, la eucaristía que nos alimenta y nos da fuerza para continuar nuestra peregrinación. Por un lado, en esta cena Jesús instituye el sacerdocio, establece a personas para hacer de puente entre el hombre y Dios. Es el “alter Cristus”, otro Cristo o sea la imagen de Cristo que nos ayuda para guiar nuestros pasos al camino de Dios. Por eso, el sacerdote es un pastor. Yo recuerdo, lo que Padre Pio dice, “Si voy a encontrar un sacerdote y un ángel, la primera persona que voy a saludar es el sacerdote, porque solo él tiene poder para cambiar el pan y vino en el cuerpo y sangre de Cristo, aunque el ángel está en servicio de Dios pero no puede hacerlo, ¡sólo curas!” ¡Pon Cura en tu Vida!…
Esta experiencia de alegría, de cenar con Jesús, se pasa por en el momento doloroso del Viernes Santo. Con tristeza estamos caminando con él al calvario. El hombre justo, sin mancha, nuestro hermano y nuestro Dios, en este momento cargo con cruz, se sufre y crucificado. Es verdad que nadie quiere la experiencia de dolor o sufrimiento. Pero en la profundidad, el que entra seriamente en el camino de la cruz, quedara cambiado en su interior, maduro, lleno de suavidad y dulzura. Nosotros seremos iguales a Jesús, si llevamos su cruz tras de Él. Además, pienso que si tomamos parte en el dolor, dejándonos marcar por la Cruz, veremos brillar cada vez más sobre nosotros su misterio en el aspecto más maravilloso, triunfante y gozoso. La cruz nos da la esperanza. Como peregrinos, en la vida, caminamos los subes y bajas de la vida. Aunque como Jesús estamos subiendo el Calvario en nuestra vida, no perdemos la esperanza que el triunfo se puede alcanzar si estamos encima de la montaña.
En la final de la etapa, aunque nos rodeado por el dolor física, o más bien dolor espiritual porque Jesús ha muerto, seguimos caminado porque el misterio del peregrinación Pascua no termina en el sufrimiento y muerto sino el triunfo, en la resurrección. Por eso, sería mejor para dar unos a otros esta esperanza que nuestro dolor, y cuanta tristeza que hemos tenido, en el final sería resurrección. El triunfo que Jesús nos ha prometido. Cristo va a resucitar. Esta promesa se ha cumplido en vigilia Pascua, Jesús ha resucitado; por eso, cantamos exulte y el aleluya dándole gracias. El gozo nos hace ser el pueblo de la Pascua decía San Agustín, aleluya es nuestra canción porque Cristo nos trae la alegría. Por eso levantamos el corazón, alegrémonos con Él. Finalmente, muestro celebración de Domingo Pascua nos hacer misioneros de la alegría, como María magdalena y otra María que encontraban Jesús en la tumba vacía o los discípulos de Emaús vamos a ser misioneros de esta alegría, de la esperanza y del amor, ser mensajeros del evangelio porque somos testigos de que Cristo ha resucitado.
Ambrose Turuk