Hemos tenido muchas anécdotas, pero sin duda hubo una que recordaré el resto de mi vida: ya de retirada, y a sabiendas de que llegaríamos con retraso, las dos parejas que nos encontramos en una calle muy transitada pudimos invitar a cenar a un hombre que esa noche fría iba a dormir en la calle. No se trataba tanto de los alimentos que le hayamos comprado sino de la historia de su vida que en poco tiempo nos contó. De cómo él sí creía en Dios, pero tenía reparo a practicar. El horario había concluido pero Jesús no sólo espera esa noche, ¡Jesús espera todos los días! Le entregamos el flyer y se quedó reflexionando en la frase impresa. Sus ojos mostraban gratitud. Los míos y los de mis compañeros centinelas de esa noche, emoción. Y felicidad.
Doy gracias al Señor y a todas las personas que Él uso para que esta experiencia fuera así de especial para todos.