El termómetro del bus marca treinta y cuatro grados centígrados y el olor chotuno es claramente perceptible. La mitad del vehículo pasa frío por el aire acondicionado, que ya ha dejado algunas gargantas afónicas, pero en las primeras filas es necesario.
En la televisión, la vida de un santo. Muchos pasajeros duermen, tratando de recuperarse de malas noches pasadas en literas o durmiendo en el suelo. Sin embargo, ¿por qué será que estamos muy cerca del cielo? Puede deberse a la actitud. Según contó Javier en un sermón, Víctor Küppers afirma que los conocimientos y las habilidades suman, pero es la actitud la que multiplica el valor de una experiencia. “La actitud suma” comenta mi compañero “me gusta como suena eso”. Es Jesús, un galileo muy majo que nos ha acompañado durante todo el viaje, sin Él puede decirse que no hubiera sido lo mismo. A decir verdad, no puedo afirmar haber llegado a ese grado de intimidad con Cristo, por ahora es un tipo de relación que sigue haciéndome sentir envidia sana de San Ignacio de Loyola o San Rafael Arnaiz. Pero sí es cierto que esta peregrinación (en el sentido de recorrido espiritual, si bien no viajamos a pie) ha sido para mí un regalo muy personal de Jesús. Tengo casi veintisiete años, y hasta ahora no había tenido ninguna experiencia con la pastoral universitaria. Desde hacía cuatro, había limitado mi vida espiritual a la oración nocturna diaria y a la eucaristía dominical y de las fiestas de guardar. No era suficiente, y notaba mi fe asfixiada, me costaba ponerme en el día a día de cara al señor.

Esto podría parecer suficiente, pero a Dios no le gusta ser escaso en sus gracias. Por eso, junto con el reino vino lo demás por añadidura. Al principio del viaje conocía el nombre de mis dos hermanos y mi hermana, que me acompañaron, y de Javier, uno de los curas que nos dirigía. Al final del viaje conocía por su nombre a unos dos tercios de los cincuenta y cinco que nos pusimos en camino (lo cual puede parecer poco, pero no lo es viniendo de alguien capaz de –literalmente- olvidarse del nombre de la persona que tiene a su derecha y acaba de presentarse nada más empieza a presentarse la que tiene a su izquierda). El ambiente fue buenísimo, cargado de canciones, bromas y juegos (algunos como “el lobo” o “el asesino” por los que sentía curiosidad desde hace tiempo, otros como “el juego de la piedra” o “rojos y negros” que descubrí encantado, y hubo ocasión para sacar la baraja). Tanto fue así que la visita a Port Aventura y las horas pasadas en la playa (que no me apetecían a priori con un grupo de desconocidos) resultaron muy divertidas.

organiza.
Yago Rodríguez Puy. 31/8/2019