Todo comenzó con esta invitación…
“ Hola!! ¡¡Jesús va a nacer dentro de un mes!! ¿¿te has enterado?? Hay algunos que no… ¿Quieres ayudarnos a contárselo? ¡Dios va a venir a nuestra vida y todo el mundo debe saberlo! ¡Ven a participar en Una luz en la noche! “
Cuando lo vi me puse muy contenta, pues aquella actividad siempre me había gustado; no sólo porque era una oportunidad para que otros conociesen a Jesús, sino también porque siempre me había ayudado a encontrarle reflejado en otras personas (algo tan importante y que me cuesta ver en mi día a día). Pues por esas razones y por mis grandes pero desconocidas ganas de evangelizar y de tener un encuentro personal con Jesús no tardé en apuntarme.
La tarde del 16 de Diciembre había llegado, y allí estaba yo en el lugar y a la hora citada, más nerviosa que nunca, pues, aunque aquello no era nuevo para mí, nunca era igual, no siempre sucedía lo mismo, y Dios siempre tocaba de una manera especial. Tan especial era esta vez, que los centinelas gallegos contamos con la ayuda de ocho chic@s de Barcelona que venían a ver como realizábamos aquí esta actividad y a vivirla con nosotros.
Después de una gran merienda vinieron las presentaciones y una charla, en la que Javi nos habló de la libertad y nos recordó la labor tan importante que teníamos como centinelas, como imagen de Cristo, de la Luz, sobre todo en esta noche, en la que teníamos que tomar el ejemplo de sus apósteles, pero en la que el único protagonista era Jesús, deseoso de nacer en nuestros corazones y ser el rey de nuestra vida. Todas esas palabras no fueron para mí un recordatorio o norma más a seguir en aquellas horas siguientes, sino un empujón, una caricia de Dios, un chute de energía para mi rutina, pero no consiguieron calmar mi nerviosismo.
Al terminar llegaron los talleres, en donde recordamos lo que íbamos a hacer esa noche los centinelas, los distintos ministerios que había, la función e importancia de cada uno, etc. Estaba impaciente por saber en dónde y cómo me quería ver Dios esa noche, pero a pesar de eso el tiempo se pasaba volando y ya nos encontrábamos cenando, poco después, en la iglesia, allí dónde comenzaría todo.
Eran sobre las diez de la noche y la oración exclusiva para los centinelas empezaba, ni más ni menos que invocando al Espíritu Santo, para que nos acompañase e iluminase allí en el lugar que Dios nos tenía preparado. Agarrados unos a otros cantamos y rezamos mutuamente. En mis adentros le daba gracias a Dios por todos mis compañeros, por su valentía, le pedí que calmase mis miedos, mi vergüenza y nerviosismo, que estuviese donde estuviese me permitiera hacer siempre su voluntad (que realmente es lo único que me hace libre), y que pudiese ser un instrumento de su amor con todos con los que me encontrase o por los que tuviese que acoger o rezar. Pero, a pesar de estas sinceras intenciones, la inquietud seguía conmigo, e incluso, cuando ya estaban repartidos los ministerios, no era capaz de estar tranquila.
Mientras arreglábamos los últimos preparativos tenía una lucha interna con Dios, pues no entendía cómo iba a hacer aquello, no sabía si sería capaz o si estaría a la altura; me había tocado el ministerio de acogida, en el que tenía que atender a todas aquellas personas que entrasen en la iglesia, hacer que se sintiesen a gusto y ayudarles a tener un encuentro cara a cara con Jesús ¡Menuda responsabilidad!
Ya habían pasado de las once de la noche y aquello para lo que llevábamos tiempo preparándonos había comenzado. Las once, once y media, doce, doce y media…y seguían sin aparecer personas que quisiesen corresponder a ese llamamiento, a esa invitación que hacían los del ministerio de calle: “Jesús te está esperando”. Sinceramente estaba molesta, pues no entendía que Dios no actuase tras el sacrificio y esfuerzo de los centinelas; pero después de que algunos compañeros me explicasen que lo importante es echar las redes y no el número, decidí tranquilizarme y rezar yo también, por todos los que nos encontrábamos fuera y dentro de la iglesia, para que tuviese misericordia de todos nosotros.
Es cierto que se asomaba mucha gente, sí, había muchos curiosos, pero en el Señor muy pocos. Ya nos estábamos acercando a la una de la mañana cuando dos chicos entraron en la iglesia y, aunque un poco asustados, sí estaban interesados en encontrarse con Jesús y dispuestos a dedicarle un poco de su tiempo a Él. Estos dos chicos me emocionaron mucho, sobre todo uno de ellos, Agus, quién, después de vencer sus temores, dijo que era tan grande lo que había vivido ahí dentro que se sentía eufórico; pero Dios aún tenía algo más preparado para mí. Dos parejas jóvenes entraron en la iglesia con la misma intención: encontrarse con Aquel que les estaba esperando. Yo acogí a una de las chicas, María, a quien acompañé hasta Jesús y en dónde lo pude ver reflejado, pues Él se había valido de ella para darme toda la calma que me había faltado, gracias a su testimonio y su sonrisa ¡Era Impresionante como abrió su corazón conmigo!
Después de este bonito momento no dejaba de sonreír y de contarle a mis compañeros lo sucedido, y, aunque aquello había finalizado, trasladé mi alegría y agradecimiento a Dios por finalmente habérmelo puesto tan fácil al posterior pequeño rato de oración que tuvimos los centinelas.
Pasaban ya de las dos de la mañana, pero allí nos reunimos todos, disfrutando de una chocolatada, a compartir nuestras vivencias y a darle gracias a Dios por todo y por todos. Después tocó despedirse, pero eso sí, con ganas de más. Y la verdad es que, como decía líneas atrás, la experiencia nunca es igual, siempre hay algo distinto, como por ejemplo vivirla con otras personas, pero Dios no cambia, siempre es fiel, y eso es lo que me llevo.
Carmen