Corría el mes de enero cuando tomé la decisión de inscribirme en la peregrinación a Tierra Santa, sin ni siquiera saber si podría ir o no: el mes de agosto es temporada alta en la tienda donde trabajo, ¿accederá mi jefe a concederme vacaciones en ese período?; en julio tengo exámenes de oposición, ¿qué pasa si apruebo? ¿Y si suspendo? Decidí arriesgar y confiar en la voluntad de Dios, y Dios me hizo el mejor regalo en el mejor momento.
No podía sospechar por aquel entonces que el viaje a Tierra Santa iba a cambiar mi vida. Aunque todavía acabo de regresar, siento que soy una persona diferente a la que partió, y que una parte de mí se ha quedado allí.


Llegué a Tierra Santa después de un inicio de año repleto de altibajos, y muchas dudas en mi mente y en mi corazón. La experiencia de recorrer los mismos lugares que Jesús recorrió en su día y de seguir sus huellas ha despejado mi mente y liberado mi corazón.

Paula