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Una respuesta inesperada me ha guiado a Fátima. El 5 de Noviembre de 2016 gané por primera vez el Jubileo. ¿Con qué objetivo? Aparentemente ninguno, pero de ahí a 7 días sucedería un acontecimiento que me cambió y marcó mi vida, uno de mis tíos falleció. Antes de su muerte tuve los días y momentos de oración de mayor intensidad en toda mi vida. Llegué a ofrecer la gracia jubilar pidiendo por la salvación del alma de mi tío en una oración de adoración al santísimo. El viernes a la noche, estando literalmente exhausto de rezar, optaría por rezar una oración que hacía más de 10 años que no realizaba, “El Santo Rosario”. Oración que terminaría en la madrugada del viernes al sábado a la 1:00, pocas horas después me enteraría de que precisamente en ese instante murió mi tío. ¿Por qué fui a Fátima? Para dar gracias a la Virgen por su intercesión.
Llega la peregrinación y las preguntas se suceden, ¿qué esperas? Nada. Tras llegar el viernes por la noche, el sábado vamos andando de Leiría a Fátima. Conoces gente nueva, y transcurren los momentos de charlas, oración y meditación. Recuerdo un momento con especial intensidad, el rato de silencio que tuvimos durante el camino para hablar de Tú a Tú con María. Momento en el que terminas por entregarle todo lo que llevas dentro y definitivamente se ablanda tu corazón. Al llegar a Fátima, antes de entrar en la Capelinha, presenciamos una escena estremecedora y conmovedora. Múltiples familias de distinto origen con sus hijos, se disponen en la plaza haciéndonos un pasillo de entrada. Entrada llena de luz y emoción, preludio de nuestro encuentro con María. Durante la misa y la comunión me vengo abajo, tras reflexionar termino siendo consciente de un mal que yacía en mi interior, y desde ese preciso instante me propuse liberarme de él.
Llega el domingo, día de visitación de diversos lugares santos. Lugares en los que se apareció tanto la Virgen como el Ángel a los Pastorcillos. Lugares en los que se implanta la semilla que germinaría dando lugar a una profunda relación con todos y cada uno de los miembros del equipo con el que compartí la peregrinación. Lugares en los que les di testimonio de porqué motivo había ido a Fátima y porqué había ofrecido la peregrinación. Mientras tanto, meditaba sobre lo que sería la palabra clave de mi peregrinación, el Amor. ¿Qué es amar? Es la pregunta, darlo absolutamente todo por alguien sin esperar nada a cambio, la respuesta. Me di cuenta de que nunca en mi vida había amado más allá de momentos puntuales. Con amor no me refiero a una serie de respuestas fisiológicas y neuroendocrinas. Sino a darlo todo por alguien sin esperar ningún tipo de recompensa.
Domingo noche, vigilia en la Capelinha. ¿Qué espero? Pregunta equivocada, ¿qué es el amor? la acertada, ¿cómo amar? La complicada. Esa noche terminaría acogiéndome en mi interior bajo el amparo del manto protector de la Virgen. Esa noche le terminaría pidiendo a María que me enseñe a amar “sin esperar nada a cambio” a Dios. Esa noche terminaría reconociendo por primera vez en mi vida que mi destino como cristiano es el camino a la santidad. Santidad que no es otra cosa que amar a Dios sobre todas las cosas. Santidad para la que Jesús nos ha dado un mandato, “amaros los unos a los otros como yo os he amado”. A lo largo de ese día y esa noche me volví a sentir en paz.
Lunes por la mañana, momento del Vía Crucis. Nunca lo había practicado en mi vida, a mi grupo le tocó preparar la estación número 11. Estación en la que terminaría dando testimonio. Estación en la que, bajo sus pies, Jesús es burlado en la cruz. En mi testimonio hablé de mi tío y de algo que me había pasado hace escasas semanas. Ese algo no es otra cosa que dar testimonio de la muerte de mi tío a compañeros ateos. Compañeros por los que me terminaría sintiendo burlado y dolido en el corazón por faltar al respeto a la memoria de mi tío. Compañero que 70 veces 7 me preguntarían y darían argumentos. Argumentos cuya lógica de manera racional validaba pero contestaba con la misma respuesta “he vivido experiencias vitales que me dan certeza absoluta de lo que os estoy contando y hasta que experimentéis el amor de Dios jamás comprenderéis lo que os estoy diciendo”. Días después tendría una sensación rara, me había reafirmado en mi fe pero estaba dolido en el corazón. Entonces me vino una imagen a la cabeza, el rostro de Jesús en la Cruz, y entonces comprendí un ínfima gota del sufrimiento que sufrió. En ese momento volvieron a mi cabeza sus palabras antes de morir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Tras mi testimonio, peregrinos de distinta procedencia se acercaron a hablar conmigo en privado. Me decían que les había impactado de manera especial aplicando mis palabras a su vida. Me contaron pinceladas que asociaban a mi testimonio, y yo les ampliaba el mismo. Otros me decían, no eres consciente de a cuanta gente has ayudado. Yo, a todos y cada uno de ellos les decía: “os agradezco que me digáis lo que compartís conmigo, pero no me deis las gracias a mí sino a Jesús y María”.
La semana anterior a la peregrinación en Fátima, tuvimos un día de preparación en Pontevedra. Se nos invitó a abrir nuestro corazón para pedir que este viaje cambiase nuestras vidas. De vuelta a mi tierra, Santiago de Compostela, puedo afirmar con: confianza, seguridad y paz; que he vuelto renovado y transformado. Ha sido un viaje que me ha tocado el corazón y jamás olvidaré.
Javier Pampín
Javier Pampín