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Cuando me hablaron de la acogida de peregrinos, sinceramente, pensé que sería un rollo, pero necesitaba salir de la ciudad un tiempo para despejarme y aclarar mis ideas, así que me aventuré.
Estaba en un punto en el que no sabía que hacer con mi vida y empezaba a ponerme realmente triste, pero fue llegar y encontrar un nuevo hogar.
Cuando veía que alguien me agradecía el simple gesto de servirle agua o de ofrecerle pasar la tarde en actividades que nosotros realizaríamos, realmente sentí que comenzaba a crecer por dentro. Fue maravilloso sentirse útil y querido, porque cada una de las personas con las que conviví, me hicieron realmente feliz, me hicieron sentir especial, cada uno a su manera. Pude ver a Dios en sus ojos, en los de los peregrinos, en los ojos de los más pequeños y de los más adultos.
Es difícil dar una mala crítica de esta experiencia, porque te hace salir de tus miedos y vergüenzas para abrirte a la vida.
Repetiré. Y si tú no has probado esta experiencia, hazlo. Acoges a los peregrinos, pero también te acoges a ti mismo.
Naiara