Juan 12, 45-50
»Si alguno escucha mis palabras, pero no las obedece, no seré yo quien lo juzgue; pues no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue. La palabra que yo he proclamado lo condenará en el día final. Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió me encargó qué decir y cómo decirlo. Y sé muy bien que su mandato es vida eterna. Así que todo lo que digo es lo que el Padre me ha ordenado decir».
Hoy se te invita a escoger entre las tinieblas o la luz: ¿qué prefieres?
Que fácilmente todos decimos que preferimos a luz a las tinieblas, sin embargo nuestra vida, nuestros criterios o nuestro comportamiento no siguen ese camino.
Preferimos la luz y sin embargo nos cerramos a aquellos que nos necesitan, o dejamos a Jesús de lado por seguir otras apetencias, o elegimos odiar en vez de perdonar.
¿Cuantas veces no te ha pasado esto? Deseamos la luz pero elegimos las tinieblas.
San Pablo lo expresó de una forma muy bella: cuántas veces hago el mal que no quiero y dejo sin hacer el bien que quiero. Esta frase define perfectamente nuestra vida, aspiramos al bien a lo bello, a lo santo; y sin embargo nos dejamos llevar por el mal, por lo que nos apetece, por lo que no es lo mejor.
Hoy es un día en el que te invito a que tu oración gire entorno a una petición:
Señor, que escoja la luz y que no me deje llevar por las tinieblas. Se que caeré, cederé, pero hoy te escojo a ti y confío en que me sostengas.