Testimonio: Una semana como hija de Santa Clara

por Depasxuventude

Cantalapiedra, 9 de junio de 2.019
Hoy, en la
Iglesia universal, se celebra el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo
se derrama sobre los Apóstoles y les anima a recorrer el mundo anunciando la
Buena Noticia. De un modo especial le pido en este día que se deje caer en mi
nueva casa y sobre quien escribe, para que esté disponible a lo que quiera de
mí.


            Es
un día especial, pues hace sólo una semana que entré en el Monasterio del
Sagrado Corazón de las Hermanas Pobres de Santa Clara. El Señor hacía unos años
que me ‘seguía la pista’, y ha querido ir moldeándome a su antojo hasta traerme
a Casa.
A lo largo de mi vida se ha valido de sufrimientos y penas, y
especialmente de mi miseria y de mi poca cosa para hacer de este barro una
vasija nueva que se llene a partir de ahora de perfume digno de ser derramado a
sus pies.


Nunca había
pensado en ser religiosa ni monja ni nada de eso, a pesar de haber compartido
amistad y trabajo con muchas de ellas, y mucho menos había contemplado la
opción de la clausura, ¡con lo inquieta que yo soy!… y abrazando la pobreza,
¡yo que no soy capaz de ahorrar ni un céntimo!, y otras tantas cosas más. En
este tiempo el Señor ha puesto inquietudes en mi corazón inimaginables para mí,
pero también muchos deseos, como el de amarle y conocerle cada día un poco más
y mejor, el deseo de alabarle y adorarle por lo que ha hecho conmigo o el deseo
de crecer imitando a María.


No ha sido
fácil separarme del ‘mundo’. Estamos muy acostumbrados a muchas cosas que aquí
ni se conocen. No echo de menos el móvil o el WhatsApp, como me decían el otro
día. En realidad no echo de menos nada, pero eso no quiere decir que haya sido
fácil. Quizás, lo más duro, ha sido despedirme de la familia con la que he
convivido toda la vida; más aún ha sido complicado que no me hayan querido
acompañar, que no me hayan sabido entender. Al fin y al cabo no es una decisión
que nadie tenga que entender, sino que aceptar por la felicidad de una persona.
Mi decisión no ha sido fácil para ellos; la reja del monasterio es un poco
inexplicable para todos.
Puedo decir que desde este lado de las rejas, el mundo
no deja de pasar, al contrario, vemos un mundo más necesitado de oración y de
amor, sediento del agua viva que brota del Corazón abierto de Jesús. Y no sólo
rezamos por los que piden oraciones sino también por los que no rezan o no
saben rezar, por lo que todavía no han conocido a Jesús.


Yo he venido
aquí a saciar mi sed, a descansar en Él. Hace unos meses, en un retiro de fin
de semana en la diócesis, el director nos contaba algo que se quedó grabado en
mi corazón y que hice profundamente mío. En el capítulo 8 de Génesis se habla
del diluvio que asoló la tierra y de la misión de Noé. Cuando el diluvió cesó,
Noé abrió una trampilla en lo alto del arca y dejó salir una paloma, con la
intención de saber si todavía quedaba agua en la tierra. Si no volvía sería
señal de que habría encontrado una ramita donde posarse. Cuando el sacerdote
que nos acompañaba contó esto, lo comparaba con la herida en el Corazón de
Jesús, del que algún día habríamos salido con la idea de seguir nuestros
deseos, nuestros apetitos,… pero en nada habríamos encontrado descanso.
Igualmente le pasó a la samaritana que buscaba la felicidad en sus cinco
maridos o en tantas cosas, pero en ninguna la encontraba, y Jesús le muestra el
camino “[…] si conocieras el don de Dios” (Jn 4, 10). En esto me sentía muy
identificada, cuando he tratado de buscar la felicidad y la comodidad en tantas
cosas inútiles, hasta que el Señor me ha llamado para volver a casa, para
descansar en su Corazón. Y aquí estoy… en su Corazón, muy adentro; derramando
lo mejor y lo único que tengo, que es mi vida, y que es preciosa porque me la
ha dado Él.


Todos los
días doy gracias a Dios por traerme de vuelta a casa
, por tantas veces que me
he perdido, que he salido por la ventanita y no he sabido volver si no fuera
porque el Pastor ha venido a buscarme, por esta vida tan bonita que me ha
regalado; por mi familia, que aún con sus más y sus menos siempre han estado
ahí, por mi otra familia, la de la Iglesia con la que me he sentido tan querida
y tan acompañada estos últimos días; y doy gracias a Dios infinitamente por
esta nueva Casa, por mis cincuenta y dos Hermanas y por el cariño con el que me
han acogido.


¡Dios os
bendiga a todos! Seguimos unidos en el Corazón de Jesús y de María.


“El Señor ha
estado grande con nosotros, y estamos contentos.” (Sal 125)

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