HOMILÍA de nuestro ARZOBISPO en el XX ANIVERSARIO de la JMJ en SANTIAGO

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Queridos amigos, queridos jóvenes:
Me alegra presidir esta Eucaristía con vuestra participación para dar gracias a Dios con motivo del XX Aniversario de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en nuestra Diócesis en agosto de 1989.
Acabo de llegar de Roma de la canonización del Hermano Rafael Arnáiz, muerto como oblato trapense a los 27 años de edad, en la Abadía de San Isidro de Dueñas (Palencia), y es una providencial coincidencia que fue precisamente en el Monte do Gozo, durante la homilía de clausura de aquel encuentro, cuando Juan Pablo II lo propuso como “modelo de seguimiento de Cristo. Fue un joven como muchos de vosotros y vosotras, que acogió la llamada de Cristo y le siguió con decisión”, teniendo siempre la referencia de Dios. “Dios sobre todo” que nos evoca el pensamiento de santa Teresa de Jesús: “Sólo Dios basta”.
¡Qué rápido han pasado estos veinte años! Algunos de vosotros todavía no habíais nacido o erais muy pequeños. Seguro que muchos de los adultos que estáis aquí participasteis en aquella inolvidable semana. Yo también recuerdo con gozo aquellos días. Aquella Jornada Mundial de la Juventud marcó un antes y un después en el trabajo pastoral con los jóvenes en nuestro país. Algo nuevo nacía en un horizonte de esperanza. El lema de aquella IV Jornada era: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. En una de sus intervenciones Juan Pablo II hizo referencia a la actitud del peregrino, la actitud del que se pone en marcha desde tantos lugares del mundo para venir a Santiago. “Este CAMINO, decía Juan Pablo II, expresa un profundo espíritu de conversión. Un deseo de volver a Dios. Un camino de purificación y de penitencia, de renovación y de reconciliación. Por esto, para todos nosotros, como para los peregrinos que nos han precedido, es muy importante terminarlo con un encuentro con el Señor, a través de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía”.

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