Hoy en la misa leemos dos relatos muy distintos y al mismo tiempo muy iguales sobre qué pasó tal día como hoy hace casi 2000 años. Por un lado tenemos el relato de la aparición de Jesús a los apóstoles según el Evangelio de Juan, donde sopla sobre ellos el Espíritu Santo (Jn 20,19-23). Por el otro, la famosa historia de la tormenta de fuego en el Libro de los Hechos (Hch 2,1-11), que leemos en la primera lectura. ¡Qué dos experiencias tan distintas! La suavidad de un aliento, de una brisa… y la aparatosidad de un vendaval, lenguas de fuego incluidas. Pero entre las dos retratan perfectamente lo que el Señor quiere actuar con y en nosotros, hoy y todos los días.
¡El Espíritu Santo está aquí! – Píldora de Resurrección
Los apóstoles están encerrados en una casa, por miedo los judíos. Oran, sí, pero no se atreven a salir de sí mismos. Están como apelmazados, dudosos, amedrentados… «¿Qué vamos a hacer ahora que nuestro Maestro no está? Si a él lo mataron y era el Mesías… Imagínate a ti y a mí que somos unos don nadie», podrían haber pensado. Sí, sabían que había resucitado, pero enfréntate tú a lo desconocido. Era tal el maremagnum de emociones que llevaban por dentro, que lo primero que les regala Jesús a través del Espíritu no es una capacidad extraordinaria: es la paz, que viene como suave brisa.
Sólo con esta paz interior se puede empezar a construir. Ya lo decía San Ignacio, que nos acompañó una semana entera esta Pascua: «En tiempo de tribulación, no hacer mudanzas.» El Señor quiere crear algo nuevo en ti y a través de ti. Quiere sacarte del encierro en el que muchas veces nos encontramos, pero primero tenemos que tener nuestra casa un poco en orden. Esto es lo primero que te invito a que le pidas al Señor, que calme la tormenta que llevas dentro para que él pueda construir ese algo nuevo en ti.
Pero el Espíritu también viene como tormenta de fuego con sus remolinos, con su fuerza… para revolverlo todo. Porque Dios no quiere que tengas el famoso síndrome de la cabaña, quiere que salgas, quiere transformarte, quiere darte esa vida nueva. Lo nuevo, por desconocido, es posible que nos asuste, porque se ponen en riesgo los equilibrios muchas veces pobres sobre los que se sujeta nuestra vida. Pero perder el equilibrio es el primer paso para poder caminar. Y el Señor quiere que camines, que camines hacia la Vida, y que lleves a cuantos más puedas contigo hacia esa meta. Pídele al Señor que te ayude a renovarte todos los días de tu vida.
Por eso Pentecostés es el “cumpleaños de la Iglesia”, porque es el momento en el que aquellos discípulos dejaron de ser una comunidad, un grupo de amigos que, sí, rezaban juntos y se llevaban bien y estaban a gusto entre ellos para convertirse en signo en medio de las naciones. Es el momento en el que decidieron salir de aquella casa donde estaban encerrados por miedo y proclamar con valentía la Vida y el triunfo de Jesús. A eso es a lo que nos llama hoy el Señor.
¿Te atreves a intentarlo?