La verdad de fe que más me ha costado asumir, y apuesto que a la mayoría de cristianos, es esta: Dios te ama. Te ama a ti. No por lo que haces, no por tus dones o talentos, no por tu vida… te ama infinitamente sólo por ser tú y no puedes hacer nada que le haga quererte más o menos.
Cada día hago el ejercicio de recordarme qué es el cristianismo y hoy lo voy a hacer contigo:
Jesús ha venido al mundo para que tengamos vida en plenitud (Juan 10,10). De forma real, Él ha venido a acabar con la muerte, la enfermedad, la esclavitud, el sufrimiento… Ha venido a trasformar nuestra existencia. Hoy y ahora. Nos envía el Espíritu Santo que nos transforma cada día para hacer de nosotros otro Cristo y sabemos que Dios está en nosotros porque damos su fruto (amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio, Gal 5,22-23). Ser cristiano es tener una relación personal, radical y transformadora con Dios.
¿Entiendes la inmensidad de esto? A Dios no le importa lo que haces, le importa quién eres. Dios no te llama a ser catequista, ser moderador Alpha, dar limosna a los pobres… Esto es secundario. Dios, ante todo, te llama a SER EN ÉL. Ser en Dios es lo más pleno y grande que hay.
Y ahora, que nuestra agenda se ha vaciado de todas las actividades que hacemos por Dios no paro de recordar este pasaje de Primera de Corintios:
¿Lo bueno? Estás a tiempo volver a construir dejándote hacer por Dios y siendo simplemente en Él.
Mi reto es que te enfrentes con honestidad a esta pregunta en la oración: ¿Hasta ahora he vivido el cristianismo como un hacer o como un ser? Deja que Dios te hable y, al terminar, te invito a que escuches esta canción que fue compuesta por Jaz Jacob después de que ella entendiera esta verdad: