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Pues sí, ha tenido que ser así, ha tenido que llegar este bicho invisible tan malévolo para darme cuenta: he vivido los 20 años de mi vida engañada!! Sí, engañada, pero no por los que me rodean, sino por mí. Alejada de mi rutina, fuera del habitual mando de control de mi vida, este transcendente acontecimiento mundial me ha hecho ver cómo soy realmente y, sobre todo, cuáles son mis cimientos.
Nací en una familia cristiana y toda mi vida la he pasado dentro de la iglesia: estando en muchos sitios, conociendo a mucha gente, haciendo muchas cosas… Para mí la fe siempre ha sido lo más importante y, gracias a Dios, he tenido la suerte de poder escucharla, conocerla, vivirla, celebrarla, compartirla… y todo, siempre, cuando yo he querido. Por eso, cuando anunciaron que en este tiempo de encierro ya no se podía asistir a la eucaristía presencialmente y que ya no podíamos celebrar nuestras reuniones del grupo de jóvenes, y ahora que han ampliado la cuarentena 15 días más y que probablemente no se pueda celebrar el triduo pascual de la misma manera que antes… cuando me enteré y fui consciente de todo esto, sentí que el mundo se me venía encima, vi como mis planes se caían uno a uno, como todos mis proyectos y mis ideas, todas mis ganas de vivir y de compartir mi fe, mi vida, ya no tenían sitio en la nueva realidad, y me enfadé.
Primero me enfadé con Dios (como siempre): Él, Todopoderoso, ¿cómo podía permitir esto? tantas muertes, tanta crisis, tantos sufrimientos innecesarios e inconsolables… y una toda impotente en su casa, sin poder hacer nada. Y así es cómo me di cuenta de lo engañada que estaba, lo engañada que había vivido por mi culpa, pensando que mi casa, mi vida, estaba construida sobre la Roca: Dios. A medida que avanzaban los días, a la luz de mis incapacidades, descubrí que mis cimientos eran casi los mismos que los de aquel hombre insensato que se habla en Mt 7, 24-27, que había edificado su casa sobre la arena, y cuando cayó la lluvia, llegaron los torrentes y soplaron los vientos, su casa se derrumbó. Mi vida se había levantado encima de arena, pero no sobre una arena cualquiera, sino sobre una gorda, de esas difíciles de quitar; cuando venían dificultades menos serias a las actuales, esta arena se resistía como podía y no hacía derrumbarse la casa al completo.
Estos últimos días he podido comprobar que para Jesús nunca es tarde, que nada es una pérdida de tiempo y que todos valemos la pena (¡¡valemos el precio de su sangre!!). Según Él, todavía estoy a tiempo de volver a construir mi casa como aquel hombre prudente, sobre la Roca, y eso es lo que he empezado a hacer. Gracias a esta atípica e inacabable situación que estamos viviendo, y gracias a la familia que tengo, he vuelto a poner mi vida en manos del mejor arquitecto (Dios) y de su fiel ayudante (la Virgen María)…
Son las 6:15 y el despertador todavía no ha sonado. Me despierto tranquila, y puedo prepararme sin tener que andar corriendo. Mientras desayuno ya no pienso en si voy a perder el bus, y, a medida que voy encendiendo el ordenador, sonrío en mi interior pensando: “hoy no he llegado tarde”. Ya no tengo que esperar ansiosamente a que lleguen las 16:00 para poder comer, y, durante el transcurso de la tarde, puedo trabajar sin presiones. Son las 20:30, y ha llegado el que se ha convertido en mi momento favorito del día. Los 6 de casa nos reunimos en el salón, entorno al altar que hemos improvisado, y mientras unos sacan guitarras otros se reparten misterios, oraciones y cantos: ha llegado el momento de rezar el rosario en familia. Mi madre pulsa el botón (pues lo emitimos en directo por Facebook con el resto de integrantes del coro de la parroquia) y empezamos.
Y es así, sin yo quererlo ni pensarlo, sin yo creerlo muchas veces ni haberlo planeado, como afronto este relevante acontecimiento para la historia de España, del mundo, para mi historia: con transparencia, sin engaños, con tranquilidad, muy consciente de que, cimentada mi vida sobre la Roca, jamás se derrumbará.
Yo no sé si alguna vez te has sentido como yo, ni tampoco sé cómo estás viviendo estos días, si ya te has vuelto loco o si todavía tus apoyos son sólidos… Sea como sea, hoy tengo dos consejos para ti. El primero: asegúrate bien de cuáles son tus cimientos, y recuerda que Jesús siempre te espera (para Él nunca es tarde); y el segundo: haz caso, y ¡quédate en casa!
Carmen Fernández Gutiérrez