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Como cada año en el mes de mayo, me pongo los vaqueros, la camisa azul y me dirijo a un autobús camino de Lourdes.
En ese pequeño valle, que yo llamo trocito de cielo en la tierra, se me encomienda ser responsable de un maravilloso equipo de personas que se encargan de transportar las sillas de los enfermos, así como los carros azules.
Acudimos a los distintos actos: misas, procesión de antorchas, procesión del Santísimo, Piscinas,…
Cada acto es especial y diferente pero este año me han llegado al corazón de forma especial un par de gestos. Uno de ellos fue ver la emoción con la que salen de las piscinas quienes se bañan.
Y otro instante muy especial fue en la Misa de la Gruta, cuando uno de los peregrinos enfermos no era capaz de acabar de comulgar y con una mirada me pidió mi ayuda. En seguida supe lo que necesitaba. El poder ayudarle en un instante tan íntimo y especial, me causó una gran emoción.
Doy gracias a la Virgen por permitirme acudir un año más a la peregrinación y también doy gracias a tod@s mis compañer@s de fatigas por su gran ayuda. ¡Viva la Virgen!
Rebeca