Queridos diocesanos:
La Iglesia en la solemnidad del Corpus Christi nos llama a adorar y agradecer la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía, realidad de un cuerpo entregado y una sangre derramada para nuestra salvación.
Cantar al Amor de los amores
Nos dice el papa Francisco que “la Eucaristía no es un mero recuerdo de algunos dichos y hechos de Jesús. Es obra y don de Cristo que sale a nuestro encuentro y nos alimenta con su Palabra y su vida”. Quien participa en la Eucaristía debe hacer suya la misión de Jesús. Al unirnos a Cristo nos unimos también con todos los demás a los que él se entrega. “Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan” (1Cor 10,17). Es el misterio de nuestra fe. “La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Esta no queda relegada al pasado, pues todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos”[1]. Esta conciencia ha de llevarnos a la adoración delante de este Misterio de misericordia. “¿Qué más podía hacer Jesús, se preguntaba el papa san Juan Pablo II, por nosotros? Verdaderamente en la Eucaristía nos muestra un amor que llega hasta el extremo, un amor que no conoce medida”[2]. A esta generosidad del Señor hemos de responder con nuestro agradecimiento.
Día de la Caridad
En este contexto nos referimos al Día de la Caridad. El lema que se nos propone es: “Tu compromiso mejora el mundo”. Que nuestro mundo pueda mejorar, a nadie se nos oculta. Otra cosa es el compromiso que debamos asumir para lograr este objetivo. La palabra compromiso no es moneda corriente en nuestra cultura. Sabemos por otra parte que el amor, superando el egoísmo, “se ocupa del otro y se preocupa por el otro”. En este sentido la Iglesia nos recuerda que debemos comprometernos con lo que Jesús dijo e hizo: llevar adelante su obra pues Él vino a servir y no a ser servido, y a entregar su vida por los demás, diciéndonos que “el que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará” (Lc 17,33). “Con estas palabras, Jesús describe su propio itinerario, que a través de la cruz lo lleva a la resurrección: el camino del grano de trigo que cae en tierra y muere, dando así fruto abundante. Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general”[3]. Esto rompe nuestro círculo de seguridad, tan cuidadosamente trabajado por nosotros, en el que a veces nos encerramos. El compromiso nos hace salir al encuentro de los demás, dándonos cuenta de lo que podemos ofrecer y a la vez de lo que necesitamos para construir un mundo mejor. Como al padre que ve volver a su hijo, o al buen samaritano ante aquel marginado en la cuneta, o como a Jesús ante la multitud hambrienta, o a ante la viuda de Naín que iba a enterrar a su hijo, se nos han de conmover las entrañas de bondad y misericordia. “Cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte en ciegos ante Dios”. Nuestra vocación cristiana hemos de vivirla con imaginación creativa, denunciando toda injusticia que impide mejorar la realidad a través de la solidaridad y de la fraternidad.
La caridad a tiempo y a destiempo
La caridad no está pendiente de ganancias ni de horarios. En todo momento hemos de mostrar disponibilidad para servir a los demás sabiendo que el prójimo es aquel de quien cada uno es responsable y al que sólo conocemos desde la amistad, deponiendo todo intento de dominación o apropiación. La participación en la Eucaristía es necesaria para avivar el compromiso cristiano. Sólo así podremos intuir las necesidades de los demás y hacerlas nuestras. Los pobres, los excluidos de nuestra sociedad, los que sufren por cualquier causa son ámbitos de encuentro, conscientes según el papa Francisco de que “no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón”[4]. Aquel que no es capaz de dar más de lo que recibe, ya ha empezado a malgastar su vida.
Que la solemnidad del Corpus Christi sea para todos un día de adoración y alabanza al Santísimo Sacramento. Agradeciéndoos vuestra generosa colaboración económica a Cáritas para ayudar a los necesitados, os saluda con todo afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
[1] JUAN PABLO II, Ecclesia de Eucharistia, 11.
[2] Ibid.
[3] BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 6.
[4] FRANCISCO, Evangelii gaudium, 262.Versión en galego